"Aquella noche mis tíos decidieron salir a una de sus típicas escapadas de aniversario, y no encontrando víctima más perfecta, decidieron tomarme “prestada” para cuidar de su prole.
La casa completamente cerrada, y la noche extendida me hicieron darme cuenta de que, por más vueltas que le diese a los canales, la programación no mejoraría. Solté un enorme bostezo y me encaminé a las escaleras decidida a nada mejor que dormir. Eché un vistazo a la habitación de los niños, y al ver todo en orden avancé hasta el final del pasillo, hacia la habitación de huéspedes.
Al abrir la puerta pude observar severamente la obsesión de mi tía: Payasos, de esquina a esquina, sobre la cama, en repisas, de todos los materiales habidos y por haber, con sus típicas muecas que intentaban simular sonrisas. Entré procurando no cerrar completamente la puerta para estar atenta a cualquier inconveniente. Al llegar a la cama halé el edredón echando fuera a las ridículas criaturitas y me recosté en ella. Jamás me agradaron, ni de niña ni ahora, la verdad es que no entendía como estás cosas podían fascinarle a alguien.
Y de repente, mi vista se posó en un nuevo inquilino. Era el más grande de todos, recargado sin mucho esfuerzo en una mecedora. A pesar de la penumbra, me sentí observada, pronto me ganó la paranoia y lo mejor fue darle la espalda a esa cosa para poder conciliar el sueño.
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Cerca de la madrugada escuché un molesto chirrido proveniente del pasillo. El teléfono. En el transcurso eché un nuevo vistazo a los niños… Cogí el aparatillo y di un reporte detallado de la noche a mi tía.
-Todo ha estado bien, no se preocupe, imagínese que ni me ha espantado el payasote de la mecedora.-
En ese momento hubo un corto silencio al otro lado de la línea…
-Payaso?, en la mecedora?...-
-Sí tía, el grandote.-
Otro silencio, segido de un nervioso murmullo...
-…Pero, no hay ninguno grande…-
En ese momento el estómago se me contrajo, y miré hacia el final del pasillo, a la puerta entreabierta. Caminé despacio, y al estar frente a ella la empujé suavemente.
En la mecedora, era cierto, lo que dijo mi tía.
No había nada…