Verdad o reto?

La "singularidad" inicial disoció toda su información hasta dar luz a toda la pluralidad actual.

Desde que soy capaz de diferenciar entre el bien y el mal siempre he deseado el poder acechar y capturar a un criminal, un ente inservible, de quién el mundo tendría aunque sea un poco de paz si dejara de existir; torturarlos, hacerlos sufrir hasta escucharlos rogar por la muerte entre sus aullidos de agonía. Tal vez así, y sólo así podría purgar un poco sus culpas.

El débil gemido proveniente de su amordazada boca me genera una amplia y burlona sonrisa. Ha despertado, en ropa interior y atado de manos y pies a una mugrienta cama. Y una vez que se despabila del efecto de las drogas, mira asustado a su alrededor; no recuerda nada de lo ocurrido, después me mira directamente a los ojos y con la respiración agitada, es entonces cuando parece comprender lo que ocurre.
Parece molesto ahora, trata inútilmente de zafarse de sus amarres; intenta gritar algo, pero solo emite sonidos ininteligibles debido a sus labios encintados. Seguro se pregunta indignado cómo es que una chica aparentemente inofensiva puede estarlo sometiendo de esta forma. Ante esto dejo escapar una carcajada; La euforia me invade, puedo sentir la adrenalina incrementando gradualmente mi frecuencia cardiaca.
Es hora de comenzar.

Me aproximo a una mesa de madera carcomida por las termitas donde anteriormente había colocado algunas herramientas que había traído conmigo: pañuelos, una segueta de arco, una botella de ácido sulfúrico y mi favorito: un cuchillo estilo francés con una hoja de 30 centímetros.
Cerca de la mesa se encontraba un barril lleno hasta la mitad de botellas del mismo ácido corrosivo. Las usaría más tarde.
Medito unos segundos acerca del utensilio que utilizaré, hasta que decido tomar el cuchillo, luego camino con la misma enorme sonrisa en mi rostro hasta mi invitado de honor, quién al verlas no puede evitar sentirse atemorizado, gime y se sacude en la cama desesperadamente, pero por más que haga no podrá escapar.
Jugueteo un poco pasando la hoja sobre su pecho desnudo, haciéndolo sentir el frio del acero, tarareando una de mis canciones favoritas. Encajo la punta a poca profundidad, cortando solamente la piel, y mientras mi víctima empieza a hiperrespirar, deslizo el cuchillo rasgándole lentamente, formando una gran letra roja que le llega hasta el abdomen: la inicial de mi nombre.
Le informo que le quitaré la mordaza si promete no insultarme, ya que no tolero las vulgaridades, mucho menos dirigidas hacia mí. Pero antes de permitirle siquiera asentir, le arranco la cinta con brusquedad, enrojeciendo sus labios y mejillas.
Sin perder tiempo prosigo con sus manos, tomo su tembloroso índice por la punta, y en 2 tajos lo amputo desde la base. La sangre mana con potencia salpicando todo a su alrededor, incluyéndome; Sus alaridos son música armoniosa para mí. Lamentablemente no cumple su promesa y arruina el momento gritando repugnantes soeces hacia mi persona. Con un gesto de desagrado introduzco la mitad del dedo cercenado en su boca y oprimo su mandíbula para que lo muerda con fuerza y se trague la sangre de éste. Retiro la mano de su mentón y él lo escupe asqueado a punto de vomitar. Entonces halo del cabello haciéndolo girar la cabeza hacia uno de los lados para poder silenciarlo sin que se ahogue con sus propios fluidos.
Sin previo aviso, y aprovechando que tosía con náusea, ensarto el cuchillo entre sus dientes forzándolo a abrir la boca hasta encajar la afilada hoja en su lengua y cortarla a lo largo por la mitad. La sangre brota a chorros mientras los espasmos junto con los bramidos de mi víctima me alegran el día nuevamente… Perfecto, ya no podrá estropear la situación con sus groserías.

Me da curiosidad saber qué pasará por su cabeza en ese momento, viéndolo temblar en pánico, como brotan sus lágrimas y se pierden entre su cabello hasta terminar en la cama mojando el colchón. ¡He!… creí que resistiría más, después de todo está acostumbrado al sufrimiento ajeno. Aunque claro que no es lo mismo provocar dolor que recibirlo. ¿Qué pensará ahora que es el agredido y no el agresor como antes lo había sido? Por lo menos haré que esta lacra se arrepienta de lo que hizo. Lo enviaré al averno antes de que muera, con suerte continuará su sufrimiento después, hasta pudrirse en el verdadero infierno, si es que existe.
Una vez estando segura que el flujo de sangre comienza a amainar, suelto su cabello y continúo cortando los dedos faltantes uno por uno. Sus aullidos inundan melodiosamente la habitación abandonada, provocando que mi corazón lata alegremente sin control. Y cuando siento júbilo suelo tararear.

He terminado con sus manos y me parece hermosa la imagen de ver a ese delincuente bañado entre tanto líquido rojo, cansado, respirando excesivamente y asomando su lengua ahora bifurcada.
Como no quiero que se debilite por la hemorragia, agarro 2 pañuelos de la mesa y los amarro a sus antebrazos aplicando torniquetes, así me aseguraré que su vida se prolongue un poco más.
Me siento algo cansada de utilizar el cuchillo, así que procedo a limpiarlo un poco con otro pañuelo y a colocarlo en la mesa junto con las demás herramientas. Es entonces cuando decido a tomar la segueta de arco.
Me aproximo hasta el criminal, quién llora con intensidad siendo presa del pánico. Entre sus incomprensibles balbuceos logro descifrar unas cuantas palabras de súplica, las cuales me parecen aún más divertidas. Sitúo la segueta en su muslo y empiezo a serrarlo fuertemente, cortando musculo y hueso. No es tarea fácil, pero sus aullidos de agonía me alientan a continuar.
Una vez que termino con esa pierna continuó con la otra, pero cuando estaba por terminar de cortar el fémur noto con desconcierto que mi “amigo” ha dejado de gritar, pues me doy cuenta que se ha desmayado. Rápidamente acabo de cercenar su pierna y amarro otros torniquetes a sus muñones para detener el sangrado. Dejo la sierra a un lado y me siento en una silla al extremo de la habitación, aprovecharé este pequeño contratiempo a descansar, puesto que me encuentro cubierta en sudor y sangre. Esperaré ansiosa a que vuelva en sí.

Unas horas más tarde mi víctima despierta entumecido y sumamente debilitado, al parecer morirá pronto. Me acerco a su rostro con una botella destapada de ácido en la mano y derramo unas gotas sobre su frente. Me siento alegremente sorprendida de escuchar sus alaridos al quemarse la piel, eso significa que aún conserva energía para seguir divirtiéndome.
Esparzo varias gotas por alrededor de su rostro; él chilla de dolor, y en su desesperación por escapar, algunas caen por accidente dentro de su boca causando quemaduras en su paladar y su garganta. Cuando la mayor parte de su cara ha sido dañada, vierto el líquido dentro de sus ojos. El ardor insoportable lo hace agitar su cuerpo sin control haciendo que el ácido se derrame en todo su rostro, su piel cae a pedazos desfigurando su cara por completo.
Antes de cambiar de herramienta dejo caer las últimas gotas por el resto de su cuerpo y vuelvo a tomar el cuchillo, mi utensilio favorito. Lo miro y la escena me provoca una risa descontrolada; me parece tan gracioso que alguien que se sentía un criminal indestructible esté llorando desconsoladamente y rogando para que termine su sufrimiento cuanto antes.
Me acerco a él de nueva cuenta y lo sujeto del mentón para que gire la cabeza; de una estocada hacia arriba le destrozo la oreja derecha, y hago lo mismo con la izquierda. De su boca escapan bramidos pero estos ya no son como los de antes, son lánguidos, decaídos; probablemente sea una señal de que su fin está cerca. Me desanima un poco, pero esto tenía que pasar, no puedo estar en este sótano por mucho tiempo o alguien podría sospechar de lo que está pasando aquí. Debo terminar ya.
Hundo la hoja en su estómago para rajarlo y abrirlo, y así extraer sus intestinos con las manos para enredarlos en el cuello del agonizante y deformado ente. Entonces lo asfixio terminando con su inútil vida de una buena vez.

Ahora sólo debo limpiar el desastre y deshacerme del cuerpo. No será tanto problema, pues ya nadie viene a este lugar, además para eso traje el barril y las botellas de ácido sulfúrico, para disolver el cadáver por completo. En aproximadamente 72 horas no quedará más que una mezcla homogénea irreconocible que terminará en el drenaje.