Hasta ayer quería morir durmiendo en la comodidad de mi cama, hoy: no…
Recuerdo haber sentido un frío penetrante, escurridizo se infiltraba entre los terrenos perdidos de la ropa y mi piel. Instantes antes de divisarle, algo de agua había entrado en mis zapatos, de forma relajada lo tomé como un chiste que le contaría apenas le saludará, pues, había pasado ya mucho tiempo desde nuestras últimas cervezas y necesitaba algo que pudiera encender la conversación de alguna u otra forma. Mi viejo amigo, que en algún momento le llamamos Fred, por su notoria cara de pizza digna de Freddy Krueger, hallábase apoyado sobre sus rodillas y la cabeza gacha, inadvertido aún de mi presencia…entre sus dedos danzaba un sobre, sin peculiaridades, por ahora. Sutilmente me deslicé por la parte posterior de la banca donde él estaba sentado y con grito estridente intenté sorprenderle. Ningún movimiento. Di la vuelta para verle el rostro y el brillo en su blanca cara (donde había desaparecido ya la pesadilla de la calle Elm) no era por la incesante lluvia si no por su mismo aguacero, pero más sabe el diablo por viejo que por diablo…aquellas lágrimas delataban terror más que tristeza, profundo e insumiso terror. Yo en estado alerta, le sacudí levemente preguntándome que le afligía, por suerte con aquel pequeño zamarreo logró darse cuenta de con quien estaba. Al parecer eso consiguió calmar en algo su dolor. Omitimos las conversaciones estúpidas, esas de marihuana y tetas perfectas, dando paso a lo que aún no acabo de creer. Su relato fue lento…y lóbrego.
Poco después de ingresar a la universidad para ser profesor de Inglés, Fred fue a tropezones en busca de trabajo, él era del sur, por lo cual no lograba adaptarse a una nueva ciudad. Para su suerte fue muy bien recibido en casa de un tío-abuelo que no conocía mayormente, pero la sangre es más espesa que el agua dijo él. Aquel anciano vivía solo, aseguraba que por razones varias tenía problemas serios de sueño, había enviudado hace ya 2 años, lo que se traducía en que esa casa era un lugar propicio para el estudio…y para la soledad. No era mucho el tiempo que pasaba en casa realmente, su anciano tío pasaba horas y horas solo en aquella casa, incluso cuando hubo llegado de la universidad la puerta del dormitorio de su tío cerrada con llave ya estaba. Pasadas algunas semanas parecía ya haber adoptado la costumbre y hacer propio el silencio sepulcral que revestía aquella casa, sin embargo, paralelamente el tío solo ocasionalmente se le veía deambulando en busca del baño o un vaso de leche antes de dormir, ya no salía de su habitación. Él no podía aguantar que alguien (incluso si no fuera de su familia) perdiera así las ganas de vivir…y una noche, a las 10 pm, perforó en los aposentos del octogenario, que, para su sorpresa, se hallaba acostado en su cama y con mirada fija hacia la esquina izquierda de su habitación, justamente la que cubre la puerta, el televisor apagado y su aura también. Fred se sentó en un extremo de la cama, inspiro hondo y antes de pronunciar palabra el viejo le interrumpió. Le sorprendió la manera anormal que le miró cuando ya tomaba constancia de su compañía…jamás la perturbación se le había presentado de tal manera, le llamo la atención la tensión acumulada de aquel hombre perplejo que oprimía un cadena de oro que cubría su cuello. De un momento a otro se vio asediado por el anciano que le había recibido y que ahora reclamaba auxilio, asilo de lo que venía a visitarle todas las noches; los sentidos y el palpitar de Fred tartamudeaban, inarticuladamente logró preguntar ¿Quién? ¿Qué?
Con ojos muy abiertos le contaron la historia de que, cuando ya pasada la muerte de la luz del sol y posterior a la hora de las brujas…desde la oscuridad hacía presencia un ente femenino , moviéndose con agilidad felina y cayendo desde las tinieblas como el trueno, con largo cabello oscuro que rodeaba su cuerpo y piel gris como los leves tonos en la putrefacción de la carne, este se alojaba en la esquina izquierda de la habitación, que con inexpresividad absoluta, pasaba las noches sentada con las piernas cruzadas y su puño apoyado en su mejilla, observándole con ojos profundos, abiertos de manera desorbitante y ojerosos, delineados por las mismas sombras y arrugas, deterioro de años y años sin conciliar una hora con Morfeo .Sin una mueca en su rostro, acechando. Esperando. Su sobrino no pudo si no tragar saliva y excusarse instándole a servirle un vaso de agua para poder salir de ahí…Puedo incluso asegurar, que a pesar de que no me lo dijo, no pudo dormir aquella noche, porque sabía muy bien que aquello no era producto de la demencia senil.
Por algunos días, al pasar por la habitación de su tío pudo oír los llantos que se extendían por horas, en los que siempre reclamaba ayuda, una y otra vez. Las cosas se tornaron aún peores un día que (no sé bien si por fortuna o no) Fred salió temprano de la universidad y se retiró enseguida por cansancio al hogar que lo había cobijado, por esto mismo llegó justo a tiempo para oír la toz incansable del viejo…que era demasiado húmeda, demasiado estruendosa. Fred corrió hacia la puerta de la habitación del anciano y posó su mano en la perilla de la puerta más sin hacerla girar, pues desde dentro de aquella habitación se percibía la devastación, la disrupción mental. Pavor. Giró por fin la perilla entrando con sudor en su frente y ardor en sus ojos. Lo que vio en ese momento, según él, no podrá olvídalo jamás: el cuerpo del anciano retorciéndose como un péndulo desde los pilares del techo, de su boca se aunaban la hemoglobina y también un poco de las comidas pasadas, sus ojos por salir de sus cuencas y en su rostro un alivio absoluto. Para mala suerte de ambos, había llegado para salvarle.
Después de atentar contra su vida, por aquella habitación pasaron muchos médicos y psiquiatras, por muchos días fueron a controlar su estado. Paralelo a esto Fred comenzó a investigar al espectro que venía a visitar al anciano todas las noches (Sin ninguna expresión), leyó sobre deidades (ojos enormes y ojerosos), súcubos (ente femenino, cabello largo y oscuro), ángeles de la muerte (demacrada, años sin Morfeo); nada. También instalo una cámara de video en aquella habitación, revisaba periódicamente las cintas, cada día. Nada (la esquina izquierda de la habitación). No pasó mucho tiempo para que los calmantes dejarán de funcionar y cada noche en adelante, se escucharían gritos y sollozos desde esa habitación que hacía retumbar los vidrios de las ventanas, noche tras noche, cerca de las cuatro de la mañana, Fred intimaba desde su cama con el mayor exponente del sufrimiento humano, impotente, incapaz de actuar o si quiera sufrir. Aquellos gritos de dolor cubrían la casa con la brisa de la muerte, la letal. Cada vez más fuerte, cada noche más desgarrador. Aún más sufrimiento, más plañidos, más dolor.
Así, noche tras noche...
La tarde del día jueves 21, dos meses después del inicio de los delirios, Fred encontró muerto a su tío, que en su rostro figuraba una sonrisa macabra y notoriamente esculpida, sus ojos perdidos y fijos en la esquina izquierda, perecieron de la misma forma que vivieron: muy abiertos. Su rostro estaba herido por las arrugas y marcas de la falta de sueño…tal cual como describía a aquella mujer. Pasaron los días y los resultados de la autopsia (especialmente pedida por sus antecedentes psiquiátricos y el intento de suicidio) fueron categóricos, había sido una muerte natural.
Recuerdo haberlo abrazado fuertemente, sentí algunas lágrimas caer por el cuello de mi camisa y helarme la piel, me conmovió enteramente. Quería hacer algo por él.
En resumidas cuentas, para darle todo el apoyo que podía brindarle, le insté a seguir adelante, le mostré el mundo que se expandía en el horizonte y le cité a verme, una vez más aquí, mañana, bajo la misma lluvia. Fred me sonrió levemente, dio media vuelta y me dijo: “Aquí estaré”.
Pasaron cerca de 8 semanas hasta que volví a saber de él.
Bajo la puerta de mi casa había un sobre, le pude reconocer en seguida y lentamente me agache en su búsqueda. Tenía expectativas de que era…pero la verdad, no creí que llegara a este punto. Cuando tomé el sobre, cayó al suelo su contenido y de no ser por las palabras en el frente del sobre lo hubiera recogido en seguida…La caligrafía era inconfundible, Fred me había mandado esta carta, que había sido enviada al día después de que nos vimos, hace casi ya dos meses
“Ayer la he visto. Estaba ahí, inconfundible…sin ninguna expresión, esperando.
Ahora por fin le entiendo…
¿Cuándo será el puto día en que me sonría a mí también?
PD: ”
La tinta parecía diluirse en aquella frase, pensé. Pero en verdad me costaba pensar, a duras penas me apoyé en la pared y me dejé caer. La saliva que con suerte podía tragar me sabía a ácido, mi corazón iba a una velocidad que yo jamás conocí y el aliento me parecía lejano. El terror se había apoderado de mí o eso creí en ese momento, pues aún quedaba el contenido. Vi desde lejos que había una foto, la imagen era difusa debido a que al parecer era de noche; y al fin mis miedos se materializaron al poder verla, en una de las esquinas se veía en forma casi fantasmagórica el rostro de una mujer con una sonrisa siniestra…y en sus ojos iracundos convergían los conceptos absolutos sobre el horror que van más allá de nuestro entendimiento, venía de los profundos confines de lo incorpóreo. Su sonrisa como arma letal y la incertidumbre como tortura, no hay quien pueda con aquello, el tío de Fred lo entendió, esa fue su perdición
Solitaria, enganchada a la alfombra de la entrada de mi casa se hallaba la nota que cayó del sobre, se le veía oscura y su textura era de un papel débil, casi parecía deshacerse entre mis dedos. Aquella nota mató mi escepticismo y fulminó mi tranquilidad, con caligrafía esculpida con sangre me declaraba de la manera más tétrica que haya conocido…
“¡Nunca mires a la oscuridad, JAMÁS MIRES LA ESQUINA IZQUIERDA DE TU CUARTO!”
Y no estaba escrita una sola vez, si no otra más.
Y otra…
Y otra…
Y otra…