۩ღ Acacia Amarilla ღ۩ [Privado , Evil-Dog]

-Que mal te portas- Dijo con un tono dulce

Si bien no le alegraba que las cosas acabaran así, estaba feliz de que nadie hubiera muerto y sobre todo, que regresara sana y salva.

-Lo importante es que ya se termino, que hiciste lo que debías hacer y saliste triunfante... ahora es tiempo de ir a casa.-

Le sujeto ambas mejillas con las manos y no dijo nada mas, solo se quedo ahí parado.

Le sonrió con la misma dulzura.

—Mis niñas… Deben estar preguntando por mí desde que me fui. O eso creo. Tal vez se entretuvieron con alguna cosa, como una barra de grafito o con las ficha de mi antiguo ajedrez… Bueno, no importa, quiero abrazarlas.

Aun no podía creer que estuviera viva y había comenzado a balbucear cosas al azar. Tenía un leve sonrojo en sus mejillas.

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Mientras tanto, Lucifenia esperaba a que llegara la siguiente semana para casarse.
Un día de esos, llegó un visitante que pidió audiencia con ella. Al no tener nada más que hacer que ignorar a esos diablos de la corte y terminar de probarse el vestido, aceptó verlo.

Aquel sujeto se notaba que provenía de otras tierras, fuera del continente… tenía una caja de madera de roble en mano, que estaba tallada cuidadosamente. Lo importante no era la caja, sino lo que había dentro: un arma de fuego.

Lucifenia nunca había visto una cosa así en su vida y sospechaba que nadie más tampoco.
El viajero le explicó cómo funcionaba e incluso hicieron una demostración. La reina quedó encantada. No tardó en llegar la oferta: podía obtener muchas más de esas si pagaba una fortuna por ellas.

Marcus se quedo impresionado al ver la efectividad de aquella arma, sabia que el futuro de su guerra y de todas las guerras por venir cambiaria drásticamente con tecnología como esa.

Aprovecho el primer momento a solas que tuvo con la Reina para conversar sobre el tema.

-Esa arma podía ser la clave para terminar esta guerra, pero lo que el sujeto pide es demasiado, y en la situación en la que se encuentra el reino será necesario incrementar los impuestos para poder cubrir la deuda, y ya bastante mal están las cosas con la plebe como para hacer eso.


>>Sin embargo no podemos dejarlo ir así como así, si nosotros no le compramos, nuestros enemigos lo harán... Y ya bastante ventaja nos tienen.

Lucifenia se quedó pensando en silencio un buen rato.
¿Cómo haría para obtener esas armas sin que los habitantes de todo un reino se sintieran aun más ofendidos y burlados por ella?  Entonces, como por arte de magia, se le ocurrió una idea, un tanto arriesgada, pero que podría funcionar.

—No será necesario hacer eso, endeudarnos. Ya estamos hasta el cuello de cosas.
>>Lo que haremos, será lo siguiente: No compraremos todo el armamento, sino una parte. El resto las fabricaremos nosotros. Solo hay que buscar a alguien que descifre el funcionamiento total de esa cosa, que la desarme y analice sus partes para que nosotros podamos construirlas de igual modo.
>>El que replique el arma y la haga funcionar, ganará una recompensa.
>>Sé que encontrar al “genio” nos llevará algo de tiempo, pero por lo menos ya tendremos en nuestras manos lo que ahora necesitamos con urgencia.
>>Con respecto de las armas sobrantes , nos encargaremos de que estas no lleguen a manos enemigas bajo ningún aspecto , aun si eso signifique utilizar a toda la flota del Sur para asustarlo.

-Eso podría funcionar, peri debemos tener en cuenta que todo lo que no compremos nosotros lo comprara otro... Podríamos llegar a un acuerdo con este hombre prometiéndole comprar todo el armamento por partes y así asegurarnos de que no le venderá nada a Amatista... Digamos dividir el encargo en cinco partes con plazos de seis meses, si las cosas salen bien solo pagaremos la primera parte y después cancelamos el resto de las entregas, lo cual nos dara la exclusividad por lo menos un año, lo cual será suficiente para hacer nuestras propias armas y armar nuestro ejercito.-

>>Tal vez sea una triquiñuela un poco sucia, pero estos son tiempos difíciles y debemos hacer lo que sea para salir adelante... Ya nos disculparemos luego cuando todo haya mejorado.

Lucifenia desvió la mirada hacia su futuro esposo y le sonrió de medio lado, con un poco de aquella característica malicia que tenía de vez en cuando, cuando podía jugar una carta y tener grandes posibilidades de ganar.

—Me leíste la mente. Haremos eso, juego sucio o no. Los de Amatista ya largo tiempo se han propasado; es nuestro turno de ponerle adoquines en el camino. Esa panda de desgraciados y Mordred no se saldrán con la suya.
>>Por cierto, tus presentimientos de que iban a ocurrir buenas cosas se cumplieron. Y ahora se me ha contagiado aquel buen optimismo y siento que buenas noticias llegarán.

Se paró.

—Ahora, a seguir investigando a esos buitres de la corte. Y también negocia con ese sujeto... yo solo sería capaz de perder la paciencia y romperle la cara ante una negativa.
>>Por cierto, esta noche estaré solita...

-Esta bien, te veo cuando acabe con este tipo-

Se llevo al extranjero a su oficina y empezó a hacer tratos con el, le puso todos los pretextos y peros para obligarlo a aceptar el pago a plazos. Fue solo cuestión de tiempo para que el hombre aceptara y firmara el convenio que proponía, poniendo en letras chicas la condición de que ellos podían cancelar los envíos en cualquier momento sin dar ninguna explicación. Una vez que quedo todo listo le pidió al hombre que le dejara una de esas armas para su uso personal.

La noche se hizo presente y Lucifenia se dirigió a su habitación para esperar a su amante. Las velas estaban extrañamente apagadas. Esto la desconcertó un poco, así que decidió llamar a las criadas para que lo hicieran por ella.
Antes de poder siquiera articular una palabra, alguien le tapó la boca para que no alzara la voz y llamara a nadie. No tardó en comenzar un forcejeo, donde Lucifenia intentaba zafarse. La pobre reina no le quedó otra que morder la mano de ese sujeto.
Agarró uno de los candelabros de la habitación y comenzó a darle por la cabeza en un amago por defenderse y comenzar a gritar como una loca desaforada. El vil desconocido le dio un fuerte golpe en el vientre a Lucifenia, como si supiera que ella estaba encinta, a propósito.
Del dolor, cayó de rodillas al suelo, sujetándose aquella panza que estaba lo suficientemente crecida como para que comenzara a notarse. Empezó a llorar desconsolada del dolor. Su vientre estaba duro como una roca y sentía unas ganas terribles de parir.
Ante tanto escándalo, el sujeto prefirió irse corriendo por la puerta.

Lucifenia de inmediato comprendió que habían intentado matarla y que a pesar de haber redoblado la seguridad, aun continuaba vulnerable a cualquier tipo de ataque. Y supo enseguida que ese alguien debía ser de adentro.

Gemía intensamente del dolor, sin dejar de llorar.
Las criadas se acercaron de inmediato al apenas oírla. Al prender las velas, lo único que pudieron notar, fue el manchón de sangre que crecía ahí abajo a pasos agigantados en la tela de color cremita de su vestido.
Al principio pensaron que la habían apuñalado, pero al llevarla a la cama y atenderla, comprendieron que ella estaba embarazada y que probablemente había perdido a su hijo o que este corría peligro. Había que llamar a un médico, rápido. Eso aumentaría el escándalo…

Spoiler:

El alboroto no tardo en llegar a los oídos de Marcus, al cual casi se le detiene el corazón cuando supo que su prometida había sido atacada.

Inmediatamente dejo todo lo que estaba haciendo y fue corriendo a la habitación de esta, para encontrarse con ella tirada llena de sangre.

Sus ojos se llenaron de lagrimas y fue directamente hacia ella a tomarle la mano, la mancha no dejaba dudas, había sido golpeada en el vientre y eso significaba que sus bebes nonatos habían sido lastimados.

Spoiler:

— ¡LLAMEN A LA GUARDIA ESPECIAL!— Exclamó totalmente fuera de sí y llena de una rabia infinita. Sus ojos centellearon de la furia propia del infierno, además de brillar también por las lágrimas que provocaba su estremecedor llanto desconsolado.

Sabía perfectamente que habían mandado a un asesino sin ningún tipo de escrúpulos, que seguramente había estado vigilando todos sus movimientos y aprovechó la oportunidad que se le dio al verla sola, en la oscuridad de aquella habitación que se encontraba algo alejada de todas las demás.
Esos desgraciados de la corte se propasaron, se pasaron de la raya a más no poder… y ella se vengaría terriblemente de aquellos que tuvieron la osadía de herirla en lo más profundo de su alma: tocando a sus hijos.  
Indudablemente se encontraban riendo, brindando por haber efectuado sus diabólicos planes a la perfección. Alegres por haber descubierto su embarazo, su conducta amoral, comprobar que ella no era más virgen. Y también sabía que esto se lo harían saber a los de la iglesia… ¡Y al parlamento!

La guardia especial se encontraba en una misión de espionaje, espiando a uno de los nobles que tenía gran influencia y estaba en contra de Lucifenia, tratando de recolectar algo de información útil. Pero al apenas enterarse de la noticia, que corrió como pólvora encendida hasta llegar a ellos, salieron disparados hacia donde estaba la reina. Los guardias les avisaron de lo sucedido a ellos y estos hicieron como que recién se enteraban, para no levantar sospechas de sus movimientos.

Ya era de madrugada.
Lucifenia volteó la cabeza en dirección a ellos cuando entraron en su cuarto. Sus ojos estaban tan hinchados de llorar, como si le hubieran dado dos puñetazos en cada uno; pero a la vez hervían diabólicamente, y su boca temblaba al hablar.

Hacía unas pocas horas había abortado de inmediato a dos fetos de sexo masculino , todo en una increíble agonía.

—Hace un rato acabé de perder a mis dos hijos varones — Puso la cabeza firme y apretó ambos puños — Causaré el mismo terrible dolor que a mi ¡LA MADRE DE ESAS CRIATURAS! ¡DE UN EDUARDO Y ALEKSEI QUE NO LLEGARON A SER! Le haré honor a mi nombre, al nombre que se me ha sido concedido inspirado en la misma denominación del diablo: ¡De LUCIFER! Y les ordeno, desde la furia descontrolada de mi corazón, que impartan las mismas calamidades y en peor escala a cualquiera que descubran que está en mi contra, que planea hacer algo o que tenga el atrevimiento de insultarme. No importa si es niño, hombre, mujer o anciano. ¡Que sean arrancados de raíz! ¡Que mueran sus hijos! ¡Quemen sus campos! ¡Roben su ganado! ¡Confisquen sus pertenencias! ¡QUIERO VER ARDER SU CARNE CORROMPIDA POR LA SORDIDEZ DE SUS ALMAS EN UN MAR DE LLAMAS NEGRAS!
>> ¡Ya no me importa nada! Que perezcan con fuego…con el filo de una espada…o con un arma — Dejó cuatro para cada uno encima de la cama — Con la bala de una.  Y si es por la espalda, mejor.

Volvió a cubrirse el rostro con ambas manos y comenzó a llorar.
Aquel desgarrador sollozo rompió el corazón de aquellos fortachones bebedores de alcohol barato, aun endurecido después de tanto tiempo, penurias e incertidumbre.  Solo se mantuvieron en silencio, sin saber que decir, que palabras utilizar para responderle o para consolarla.

Los días siguientes fueron grises y lúgubres, las personas que laboraban en el palacio no se atrevían a mirarse a las caras entre si, pues sabían perfectamente que el agresor había burlado la seguridad con la ayuda de alguien de adentro y muchos de ellos tenían que al iniciarse un interrogatorio, cualquier indicio de culpabilidad seria castigado al instante.


Pronto empezaron a hacerse publicas las noticias de nobles asesinados en sus casas por las noches, familias enteras fueron asesinadas en inexplicables incidentes de los cuales no había testigos ni evidencias.

Pero toda esta masacre no apaciguaba en lo mas mínimo a Marcus, ninguna de esas muertes le devolvería a sus hijos y peor aun, sentía que esto solo hacia que Lucifenia mas y mas en la agonía, y que cualquier intento por mantenerla a su lado se volvía mas difícil con cada muerte.

Lucifenia frotaba sus manos y se relamía los labios maliciosamente con cada muerte que llegaba a sus oídos. La habían colmado y era lo menos que se merecían por haberle arrebatado la única ilusión de ser madre que tuvo.
Aun así, seguía dolida en el corazón y su fragilidad mental era más que evidente. Ante tanta muerte a su alrededor, tan solo se quedaba en su alcoba, mirando atentamente cada detalle de la pintura de su difunta hermana. No pudo hacer nada para salvar a su hermana, a su noble y dulce Ladelly ¿Qué le hizo pensar que podía, con su diminuto cuerpo y obstinado cerebro, defender a dos frágiles criaturas?

Sus heridas de ahí abajo apenas le permitían moverse. De todos modos, se forzaba y lo hacía de todos modos.

En medio de un delirio, sacó su vestido blanco que usaría para casarse y empezó a bailar con este, sin haber perdido las ganas de contraer matrimonio.
El perrito caniche que la acompañaba empezó a correr alrededor de ella.

— ¡OH DIOS! ¡TODOS LOS ERRORES QUE HE COMETIDO LOS HE PAGADO CON LA MUERTE DE MIS HIJOS!¡DE LOS HEREDEROS DE ESTE REINO! — Comenzó a gritar en un lamento desconsolado, aferrando el vestido a su pecho.

Todos los días repetía lo mismo, a la misma hora de la tarde. También sacaba una botella de vino y se la bebía ella sola. Nadie se animaba a acercarse por miedo a que le tirara la botella por la cabeza o los terminara mandando a la guillotina.

Una de sus criadas tuvo el valor de interrumpirla y le llevó una carta que provenía del parlamento. Era para enjuiciarla.

Lucifenia, al terminar de leer la carta, la hizo un bollo y tiró por ahí.
Se puso el vestido manchado del vino que había estado bebiendo para emborracharse y se fue a buscar a Marcus, ebria por completo.

La noticia no tardo en llegar también a los oidos de Marcus, aunque realmente sabia que no podía ser de otro modo, pues lo que Lucifenia estaba haciendo era un completo abuso de poder, se había transformado nuevamente en esa adolescente prepotente y despiadada que había sido durante los primeros años de su reinado. Aunque la duda lo abrumaba, Y su realmente nunca dejo de serlo?. Amaya no era muy diferente durante todo ese tiempo que vivió como una princesa rodeada de lujos, solo hasta que tuvo una vida mas tranquila en relativa austeridad fue que cambio verdaderamente... Tal vez era eso lo que necesitaba, llevársela lejos de todo esto hasta que recupere la fuerza y la cordura necesaria para seguir adelante, aunque probablemente ninguno de los dos pueda sobreponerse a esa perdida tenia que hacer lo posible por aprender a vivir con el dolor.

El plan era complicado, pues usaría todas sus influencias para entorpecer todo el tiempo posible al parlamento, aunque siguieran busca sola ninguno podría tomar el poder hasta que fuera destronada oficialmente, y no podían destronarla si no la encontraban primero... Después pondría en marcha un antiguo protocolo de emergencia con el cual el poder caería en manos de su pariente mas cercano, la princesa Amaya lo cual le daría el tiempo y el poder necesario para desbaratar cualquier proceso en contra de Lucifenia, ya sea sobornando o silenciando testigos o directamente destruir la evidencia... Solo faltaba lo mas importante, a donde se llevaría a su prometida, o peor aun, como la convencería de escaparse con El.

Mientras iba tambaleándose en busca de su amado, Lucifenia se le ocurrió la loca idea de que podría mandar a asesinar a cada uno de los miembros del parlamento, empezando por la cabeza del mismo y así infundir miedo a los demás. Pero eso lo haría después, ya que ahora apenas podía mantenerse en pie.

Se cayó varias veces al suelo, y en patéticos intentos por pararse y al final lograrlo, llegó hacia la galería de retratos. Se tiró en el sillón que le gustaba a Eli y se quedó contemplándolos. Toda su familia y antepasados que jamás conoció.
Estaba sola. Tan solo necesitaba un abrazo. Y había roto en el camino la botella de vino sin querer, cortándose las manos por completo.

Su apariencia era deplorable, digna de una persona que se había vuelto loca de remate: despeinada, con el vestido sucio, las manos ensangrentadas y borracha. Además que lloraba a los gritos, temblaba y decía todo tipo de incoherencias.

Estaba enferma del odio, de una rabia infinita. De una cólera insufrible.

— ¡Que me enjuicien todo lo que quieran! ¡Que seguiré teniendo el poder para arrancar las cabezas de ustedes, bellacos!

Exclamaba bien en alto, “mirando” a los “parlamentarios” que la estaban “enjuiciando” en su propia galería. Tan solo eran proyecciones de su alterada mente, una mera ilusión que la volvía completamente orate.

— ¡¿Qué DICEN?! ¿Qué YO he empezado a hacer las cosas mal desde un principio? ¡Atrevidos! ¡Sus pretensiones eran y son más que repudiables incluso para los ojos del mismo diablo!

Intentó pararse para atacar a alguno de los presentes imaginarios, presentes en su crisis psicótica; pero al hacerlo, todo comenzó a darle vueltas, literalmente, como si estuviera dentro de un tornado. Se tomó la cabeza y no tardó en empezar a lagrimear de la misma locura y desesperación que le causaba aquella angustiosa situación, para después largarse a llorar a los cuatro vientos. Se retorcía tirada en el suelo.

Por dentro, la reina quería permanecer en su hogar, pero a la vez se presentaba una conflictiva situación: deseaba con toda su alma desaparecer del mapa para olvidar por un momento quien era y las cosas que había pasado. Pero también sabía que si desaparecía de la faz de la tierra, se llevaría los malos recuerdos y el infinito dolor que sentía a donde fuera.
Creía que Dios la había castigado.

Era el comienzo del descenso de una reina joven, que nunca estuvo preparada para aguantar la presión que ejercía estar en el trono y mucho menos la muerte de sus seres queridos.

Mientras tanto, en el parlamento discutían como podrían tomar el poder, aprovechando la inminente decadencia mental de Lucifenia. El plan había funcionado a la perfección y los resultados eran más que satisfactorios. Ella estaba quebrada por completo y debían aprovechar esas circunstancias para efectuar sus horribles planes… aun si debieran asesinarla si se resistía.

El juicio era por homicidio, intento de homicidio, conspiración, inmoralidad, entre otras cosas que ya eran inventos.
Arruinarían su reputación, la devastarían.

Marcus lo pensó bastante tiempo hasta que al fin decidió que era lo que debía hacer, y como lo haría.

Preparo todo lo que necesitaba y junto a un pequeño grupo de hombres de confianza los cuales le ayudarían a llevar a cabo su escape, ahora solo restaba convencer a Lucifenia de irse con El.

Viendo se dispuso a buscarla no tardo en toparse primero con aquel rastro de destrucción que ella misma había provocado: una enorme mancha de vino y con cristales rotos y un sendero de manchas de sangre por las paredes que conducían a aquella melancólica habitacion que contenía los retratos de todos sus antepasados dentro.

Y ahí estaba, tendida en el suelo llorando un mar de lagrimas y gritando quien sabe que cosa.

Era tan duro verla así, le destrozaba el corazón el solo pensar en el dolor que sentía, pero era por eso mismo que debía llevársela lejos,

-Mírate nada mas- dijo mientras se acercaba para levantarla, toma sola de las muñecas y secando sus lagrimas con aquel pañuelo que ella le había obsequiado.

Sin embargo, a pesar de todo, la joven reina no sentía que se mereciera tal cosa. Jamás sería capaz de pensar o sentir una cosa así. Solo tenía una gran impotencia que le causaba una enorme rabia y angustia. Estaba desesperada.

Tan solo lo abrazó. Después de todo, lo había estado buscando solo para hacer ese cariñoso gesto. Necesitaba de su consuelo, se encontraba ansiosa porque le correspondiera; no le pedía nada más, siquiera palabras.

Tenía tanto olor alcohol que el solo hecho de tenerla cerca era bastante repugnante.

Fue calmándose poco a poco… y cuando por fin lo hizo, empezó a hablar, más bien, balbucear.

— ¿Dónde está Amaya? Necesito a mi primita querida.
>>Quisiera, por un momento, desaparecer de este mundo ¡O mejor aun! Perder la memoria, olvidar mi identidad por completo, para no recordar más este dolor. O por lo menos sentirlo y no saber porque lo tengo ahí estancado en mi corazón.
>> ¡Dicen que ser madre causa un dolor impresionante! ¡Pero yo siquiera he llegado a ser una como para jactarme de eso! Me arrebataron esa oportunidad… Y dudo algún volver a tener el deseo, por miedo a perderlo o que me lo arranquen de mis entrañas para que expiren de una forma tan cruel como a… a…

No pudo terminar de pronunciar los nombres de sus niños.

-Entoces desaparece conmigo!, huye conmigo y vamonos a un lugar donde nunca nos caminos, donde tu y yo puedamos empezar otra vida lejos de toda esta locura..
>> Dime que si ahora, dímelo y te juro que de ahora en adelante te tómate como mi esposa, y al diablo las formalidades... A donde vamos nadie nos juzgará... Y te prometo que no volverán a hacerte daño otra vez... Ni a ti ni a nadien de tu familia, nuestra familia.-

Aunque todo lo que le prometía parecía difícil de creer, había una enorme veracidad en sus palabras, todo el plan estaba perfectamente articulado en su cabeza, y podía ponerlo en marcha ese mismo día para partir de inmediato.

-Solo dime que si... No necesito que digas nada mas.- La tomo entre sus brazos y la abrazo como nunca lo había hecho, como si no quisiera soltarla nunca mas.

Asintió a todo lo que le dijo, aun con las lágrimas brotándole de los ojos.

—Solo prométeme que volveré a ver a mi prima y a mis sobrinas. Es lo único que te pido… después no importa a donde me lleves, diré todo que sí, me comportaré y no reprocharé nada de lo que hagas. Pero una vez que estemos bien, quiero volver a verle la cara a Amaya. — Sonrió como tonta ante eso.

-Te prometo que volverás a verla... Pero no perdamos mas tiempo, tenemos que darnos prisa y prepararnos para salir cuanto antes.-

La tomo de un brazo y la rodeo con el otro, ayuda sola a caminar sin que hiciera mucho esfuerzo, la llevo a su habitación y la ayudo a bañarse y limpio sus heridas.

Le pidió a una de sus doncellas (la que mas tenia parentesco con ella) que intercambiara su guardarropa con el de la reina, y que se preparara para salir, pues serviría de señuelo mientras ellos escapaban.

-Solo hay una cosa mas que arreglar- dijo mientras sacaba un documento de su bolsillo -Necesito que firmes esto... Es una carta de dimisión, en ella espesifica que no estas en condición de seguir en el trono y que dejas como sucesora a tu prima Amaya. Es la única firma de dejar el poder fuera del alcance de esos malnacidos... Le enviare otra carta a Amaya para explicarle la situación, y estoy seguro de que si algún día es necesario volver, no tendrá objeción en devolverte tu lugar.-

Con todo el dolor del mundo, sabiendo que debía dejar todas sus cosas atrás, tal vez incluso pocos de los buenos recuerdos que tuvo allí para que eso no le doliera en lo más profundo del alma al venírseles a la cabeza, firmó aquel papel con la mano completamente temblorosa. Pero era lo mejor que podía hacer para preservar su integridad y la de su futura familia; solo esperaba que no fuera demasiada carga para una noble mujer como lo era su prima Amaya.
Ella tenía plena confianza en que Amaya sabría cómo lidiar con los problemas que ella misma estaba dejando atrás y que comprendería su situación, pues sí, su prima era empática y amorosa.
Cuando estuviera lista y más tranquila, volvería a reclamar lo que por derecho le pertenecía.

Lo único que tomó Lucifenia, fue un collar que contenía tres mini retratos: uno de ella , otro de su hermana y el último de su prima. Se lo habían hecho cuando tenían seis años. Así las tendría para siempre con ella y las llevaría a las dos donde fuera.

Guardó un silencio aplastante y se mantuvo con la cabeza gacha en todo momento.

-Se que es difícil, pero te aseguro que es lo mejor que podemos hacer-

Tomo el documento y lo envolvió en un sobre con el sello de la corona y se lo dio a la muchacha.

El plan era simple, enviarían a la chica dentro del carruaje de Lucifenia sin dejar que nadie la viera y al llegar al parlamento se presentaría como su asistente, entregando la carta y marchándose cuanto antes, mientras La verdadera Lucifenia y Marcus tomarían todo lo que pudiesen llevar y escaparían en uno de los carruajes viejos que usaban los empleados para las tareas diarias del palacio para no llamar la atención.

Antes de partir, Tomo todos lo que pudiera usarse para rastrearlo y lo quemo por completo, sabia que si dejaba un solo rastro no tardarían en encontrarlo, pues pretendía esconderse en su pueblo natal.

Afortunadamente, durante todos esos años que Marcus había estado al servicio de su majestad nunca le menciono a nadie su procedencia, ya que al ser tan humilde su linaje era mejor no mencionar el tema y dejar que la gente sacara sus propias conclusiones, nunca se imagino que esa discreción le serviría ahora.

Todo estaba listo, todas las piezas estaban acomodadas a su conveniencia, a excepción de una: La reliquia sagrada. No podía dejarla, era demasiado valiosa. Así que decidió llevársela también.

Y así lo hizo, tomo todo lo que pudo, tapo todas sus huellas y se encamino hacia el norte, hacia una pequeña villa fronteriza la cual había sido si hogar durante muchos años.

Por primera vez en muchos días se sentía con un animo un tanto optimista, aunque seria difícil, realmente podía llegar a ser feliz con Lucifenia, podía devolverle la sonrisa a su rostro y formar una familia en la tranquilidad de una vida simple.

Lucifenia se mantuvo bastante sumisa al respecto. Pero en ningún momento dejó su abrumador silencio de lado, junto con la cabeza gacha en señal de profunda tristeza.

Nunca en su vida había sentido un especial cariño hacia su tierra, pues esta no le había traído más que limitaciones y reglas absurdas a su vida. Y ahora, allí, le habían arrebatado aquello que tanto anheló en silencioso secreto. Pero, por alguna razón, en aquel momento se sentía muy angustiada por tener que alejarse de su lugar de crianza; supuso que era la costumbre.

Tan solo esperaba que estar lejos de todo tranquilizara su perturbada mente y descontrolados sentimientos.

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Mientras tanto, Amaya caminaba de un lugar a otro, tratando de encontrar a Morgana. Quería que le confirmara algo.

Hacía muchísimos días que no la había visto ni oído ; desde que se había peleado con su esposo aquella vez.

Al llegar a una habitación, vio que la puerta de esta estaba cerrada y tenía una nota. Apoyó la oreja en aquella puerta, teniendo la esperanza de oír algún movimiento que le indicara que ella estaba dentro.

— ¿Morgana…?—Preguntó, por alguna razón, con la voz temblorosa de un cierto miedo.

— ¡LÁRGATE! — Exclamó Morgana de una forma bastante agresiva, como queriendo que la princesa saliera corriendo ante eso. Su voz había sonado como la de una anciana endemoniada.

Retrocedió unos pasos y volvió a tocar la puerta con los nudillos.

—Morgana, ¿Qué te sucedió? — Preguntó de nuevo, más firme, arrimándose otra vez.

Solo se escuchó una risa demencial que resonó por todo el lugar.

Amaya se le hizo un nudo en el estómago. Entonces, arrancó la nota que estaba pegada en la madera y comenzó a leerla.

“Lea quién lea esto, no le recomiendo acercarse a mí.

Puedo ponerme algo… “retorcida” si no consumo, por lo menos, una sola esencia de algún hombre en mucho tiempo, de una forma bastante escabrosa. No sólo eso, sino también adquirir una apariencia extraña y completamente desagradable, junto a que poco a poco voy perdiendo mis facultades mentales para solo obedecer a aquellos bajos instintos y deseos impuros a los que he sido confinada a complacer.

He escrito esto porque ya los síntomas se han hecho presentes y no sé cuánto tiempo más seré capaz de controlarme.

He puesto un sello por dentro, tanto en la puerta como en las paredes. También le puse llave. Esto no permitirá que salga y haga de las mías (pues no creo que crear un escándalo en las afueras sea lo más conveniente en este momento que debemos ser discretos).

                                                                      -Morgana”

Esa misma tarde abandonado el palacio para encaminarse en lo que seria su nuevo hogar.

Pronto dejaron atrás la ciudades para adentrarse en la enormidad de los campos de acacias que cubrían todo Yellow del Sur, haciéndose cada vez menos frecuente toparse con algún tipo de poblado o rastro de civilización.

No fue hasta muchas horas después que a la lejanía se veian las luces un pequeño pueblo a las faldas de una colina, que si bien no era muy grande, se distinguía fácilmente por la intensa luz que provenía del él.

El pueblo estaba protegido por una especie de barrera improvisada con troncos y piedras, y custodiada por apenas un pequeño grupo de hombres y mujeres, que armados solo con palos y hachas parecían mas un grupo de campesinos que de soldados.

No fue problema que lo s dejaran pasar, uno de los hombres reconoció a Marcus al instante por lo cual no hizo muchas preguntas y les abrió el camino sin mas.

Avanzaron por aquellas calles hasta llegar a una gran finca en la zona mas alejada, la cual se veía descuidada y solo unas pocas luces se veían del interior de las casas, esa era la finca de los MacGratt, su nuevo hogar

La antigua reina del sur ni siquiera quería mirar a sus alrededores durante el viaje. Estaba tan encasillada en su dolor, que simplemente no dirigió en ningún momento su mirada hacia afuera.

No podía parar de pensar en que todo aquel entrenamiento con la espada y la daga que había tenido con ayuda de un maestro (al cual le tuvo que insistir hasta el fin del mundo para que cediera, pues no enseñaba a “niñitas”) fue totalmente inútil al no poder defender a sus hijos. Justo ese día no llevaba ni la daga ni mucho menos una espada, de lo contrario, nada de eso hubiera sucedido y el muerto hubiera sido el asesino.

Cerró los ojos y su llanto silencioso duró tal vez, dos horas seguidas, hasta que finalmente terminó durmiéndose el resto del viaje.

-Vamos cariño despierta... Hemos llegado-

No espero a que reaccionará del todo cuando empazo la limpiarle la cara para no fuera tan evidente que había llorado. Cuando salió del palacio estaba consciente de que este cambio tan brusco en su vida seria difícil de aceptar, pero estaba seguro de que era el rumbo correcto que debían tomar sus vidas.

-Luci, se que aun te duele la perdida de nuestros hijos, y es un dolor que probablemente nunca desaparezca por completo... Yo te entiendo por que también me duele, pero necesito que hagas un esfuerzo por seguir adelante, hay muchas personas que dependen de ello, incluyéndome a mi... Solo inténtalo, si?-

___

Ese día Andreas había despertado con un humor del averno, ese dia era uno que había esperado que nunca llegará, pues cuando lo hiciera dejaría de verser a si mismo de la misma forma, ese dia cumplía la edad de 30 años.

En si no habia ningún problema con llegar a esa edad, yodo estaba en su cabeza pues eso solo le recordaba la enorme diferencia de edad habia entre El y Amaya, diez años eran bastante, por lo que a veces se sentía como si empezara a volverse viejo, mientras que ella estaba en toda la plenitud de su juventud, y eso solo le llenaba la cabeza de complejos.

Esa mañana se despertó y como de costumbre Amaya ya se habia levantado.

-Parece que ya olvidaste esa promesa que me hiciste hace tiempo, Amaya- Se dijo a si mismo.

Fue hacia uno de los baules Pol orientos que habia en la habitación y empezó a buscar entre ellos las cosas que habían traído de Yellow del norte la primera vez que se habian mudado, en uno de los baules estaba ese viejo abrigo ensangrentado que Amaya habia rasgado por accidente el dia que atacaron el palacio.

Ese abrigo le traía muchos recuerdos, De la inocente Ladelly cuando se la topo en aquel pasillo toda asustada y empapada en sangre, de el dia en que esta murió, de esa horrenda masacre, de las golpizas que recibió en aquella mazmorra y para finalizar, el trayecto a esa boda improvisada en la que lo uso por ultima vez.

Volvió a poner el abrigo dentro del baúl y salió de la habitación, al escuchar como Morgana se carcajeaba, y como cualquier cosa que viniera de esa mujer era extraño, sabia que algo debía estar pasando.