۩ღ Acacia Amarilla ღ۩ [Privado , Evil-Dog]

Morgana se había dado cuenta de lo del camino, pues a pesar de estar sumamente angustiada, esos detalles para ella no pasaban para nada por desapercibido.
Y entonces comenzó a pensar que si lo que buscaba… o mejor dicho, a quién ella buscaba, era realmente ese señor tan amable que al parecer se había compadecido de sus lágrimas. Y al entrar y ver TODO en una ojeada… “el espadachín” se le vino las palabras de la reina a la cabeza. ¡Diablos! Pero allí había de todo, no solo espadas.
El libro caerse de su cinturón la sacó de sus pensamientos y con él el dibujo.

—Sebastian, en los líos que tu madre siempre se mete— Murmuró — “¿Será él…?” — Pensó. Tendría que buscar la manera de abordar el tema, pero la tristeza era lo único que ocupaba su mente ahora y no la dejaba pensar con claridad — “Después…”.

Si tuviera necesidad de comer, definitivamente le daría la angustia oral.
Sin embargo , siguió llorando , aunque esta vez en el más mudo de los silencios.

Odiaba que tuviera que hacer los trabajos sucios en los días que era el cumpleaños de su niño. Ella solo se reservaba aquel momento del año para pasarlo en solitario y sufrir en secreto.

Puso la hoja de papel encima de sus muslos , pero la parte ilustrada boca abajo.

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Le dolía como el mismísimo infierno. Esos pechos estaban tan hinchados de leche y sacarlos de esa manera resultaba ser una tortura.
Largó unos cuantos quejidos. Era una extraña mezcla de dolor con placer.

-Le gusta mi colección?, las fabrique todas yo mismo.- Dijo el viejo herrero mientras volvía con una jarra y un par de tazas, que al igual que las armaduras y las armas, estaban forjadas de metal finamente detallado y adornado.

-Toda mi vida me apasionado por el metal, lo trabajo desde que tengo memoria... muchos caballeros vinieron a buscarme y ofrecieron fortunas a cambio de mi trabajo, pero esos tiempos ya quedaron atrás, ya solo me dedico a hacer estas piezas por diversión-

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-Quieres probar?- le pregunto mientras tenia aquel cóctel revuelto en la boca.

—A mi hijo también le gustaban… le gustan las cosas de metal. Todo, de hecho. Y si me lo pidiera, o me lo hubiera pedido, también sería capaz de pagar una fortuna —Aunque al huir del Oeste había perdido todo, a excepción de unos lingotes de plata, pinturas tan antiguas que databan antes del Medievo y libros de fórmulas extrañas y anotaciones invisibles hechas con semen de hombre.

Lo decía en un tono indisimulable de madre dolida.

—Yo de niña… — ¿Hacía cuanto no pensaba en ello? Siquiera recordaba muy bien como era de pequeña, pues contrajo matrimonio demasiado joven y toda su infancia se fue al tacho junto con sus recuerdos sobre ello a partir de ese instante. Hizo memoria un par de segundos — En mi época las mujeres no podíamos hacer nada considerado de “hombres”. Así que nos enseñaban a cocer desde la tierna infancia, tocar instrumentos (como la cítara y el laúd, en los que me especializo), pintar o dibujar, aunque solo ciertas cosas, sino ocupabas el trabajo de los sacerdotes; escribir, cantos religiosos… y siquiera lo hacía un maestro, sino nuestras madres. Las niñas no podíamos tener un maestro y debíamos ser educadas por ellas,  para así estar preparadas al contraer matrimonio y tener hijos, cosa que se daba alrededor de los doce o a más tardar quince años, y después hacer lo mismo con nuestra descendencia, sobre todo si tu hijo resultaba ser una nena.
>>Así que prácticamente me la pasé cociendo, tejiendo, aprendiendo a tocar instrumentos, dibujando lo que no quería y cantando canciones que no me gustaban… hasta que me casé. Bueno, después de casarme seguí haciendo todo eso también.

Eso sí lo recordaba perfectamente.
Había contraído matrimonio a la tierna edad de trece años. Era una niña que aun jugaba con muñecas y que cuando tuvo su primera relación sexual, fue la experiencia más traumática de su vida, una experiencia que contribuyó a ser lo que era ahora.

Sólo cuando había conocido a su amante fue capaz de salir de aquella monotonía y aprender nuevas cosas, cosas que siempre le llamaron la atención pero que nunca su vida de princesa y posterior reina le permitieron conocer.

Sin duda, todo lo que contaba, era tan antiguo y arcaico… de un sistema que probablemente había existido muchos siglos atrás, pues si ahora las cosas seguían siendo machistas, antes lo era aun peor.

Guardó silencio nuevamente. Aquel dolor punzante en su pecho la estaba matando.

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Antes de dirigirse a su boca para probar esa bebida que sin duda se veía bastante tentadora, fue dejando un sendero de besos por su cuello hasta llegar a sus labios, lamerlos de forma lujuriosa y después besarlo , para así beber aquel néctar tentador y tan delicioso , producto de su pecho.

-Muchas mujeres compartieron ese destino durante muchos siglos, y hasta donde yo se es algo que aun no ha cambiado... a excepción de un pequeño grupo de mujeres que tuve el placer de conocer hace algunos años, se hacían llamar las arpías, y eran algo así como las amazonas de la mitología, mujeres fuertes y valientes que crearon su propia sociedad apartada del mundo, -no todas ellas eran guerreras como cuenta la historia, pero si la mayoría y vaya que eran fieras... no he vuelto a ver una mujer con músculos tan marcados como aquella que era su líder, aunque debo decirlo, no dejaba de ser hermosa.-

Señalo con el dedo un arma que colgaba de una repisa.

-Esa lanza de allá es una replica exacta de la que le hice a aquella mujer hace muchos años.- dio un sorbo a su taza y sigui contemplando. -Discúlpeme si la aburro, a veces recordar el pasado es lo único que puedo hacer... cuando los tiempos eran mejores.-

Negó con las manos y la cabeza, diciéndole con eso que no le molestaba en lo absoluto. Luego, sonrió levemente, aunque enseguida esa mueca decayó y desapareció por completo de su rostro.

—Yo conocí a una mujer… que antes era una niña. Aparentemente es tan débil físicamente, tan pequeña de complexión, tan diminuta, bajita y de manos pequeñas; pero posee una fuerza de voluntad tan enormes como el mismo universo y unos sentimientos tan puros como la blanca nieve que aparece en el invierno más crudo… y una gran autonomía a pesar de estar casada — Claramente se refería a Amaya — Yo debería de hacer algo con mis propias manos para obsequiárselo. Tengo mucho que agradecerle — Entrecerró los ojos — Tiempos mejores... Sigo esperando esos tiempos. Digo esperar, porque ya hice todo lo posible por cambiar algo, pero pareciera que todo lo que toco desaparece, se destruye o derrumba. Supongo que tenía que llegar alguien al que pudiera ayudar y que este me pudiera ayudar a mí. Y aun así no logro traer lo que más aprecio a mí y tenerlo conmigo.

Dobló el dibujo. Aun no había probado ni un sorbo del té.

—A veces el poder se tiene y cuando no se sabe utilizarlo, solo trae más desastres o frustraciones.
>>Pero son solo divagues míos…

Ella había manipulado a través del poder de su belleza, de sus encantos, de su talento, de su naturaleza sobrenatural… y nunca pudo conseguir lo que buscaba: ni alguien que la amara verdaderamente, ni mantener a los que quería vivos, ni la estabilidad para su nación o la paz con sus vecinos.
Aunque también la habían manipulado. Se sentía tan tonta e inútil.

Y ahora no sabía porque mierda hablaba con un desconocido de su milenaria vida.
Pero si debía averiguar sobre ese oscuro, tenía que ganarse la confianza de ese tipo tan extraño y comprobar si realmente era él. Lo extraño es que si fuera de verdad uno de su condición , tendría que haber sentido un "algo" ; pero nada. Ni un solo indicio.

—Recordar el pasado en mí es lo único que hace que reflexione de verdad e intente no volver a repetir los errores que cometí. Pero hay cosas que puedo arreglar... y otras definitivamente no.

Dejó la hoja encima de la mesa , pero esta vez hecha un bollo.

Ignorar a su hijo por estar con su amante ¡No se lo perdonó JAMÁS , JAMÁS!

Agarró la taza de una manera refinada y bebió su contenido de una , como si se tratara de un vaso lleno de whisky.
Luego se cruzó de piernas y apoyó su mejilla en una mano , aplastándosela , totalmente pensativa...

-Divagues...

-Por los divagues!-

Balanceo su taza como si de una copa de vino se tratara y bebio de ella.

-Vaya, con todos estos divagues hasta me he olvidado de preguntarle su nombre... y también de decirle el mio.- El hombre dejo su taza y se puso de pie, y a pesar de tener aquella apariencia tan tosca, el hombre hacia una reverencia como si hubiera vivido toda su vida como aristócrata. -Mi nombre es Sir Edward Warwick, herrero y a su completo servicio.-

Morgana sonrió un algo… ¿Cómo podría decirse? Enternecida. Tanto tiempo que no mostraban un mínimo de respeto hacia su persona que esa reverencia causó simpatía y familiaridad.
Ella se paró de su asiento e hizo otra reverencia igual, estirando hacia los costados la tela que conformaba su maltrecho traje de guerra, como toda una gran dama.

—Un gusto. Mi nombre es… tengo muchos nombres y mi apellido es tan conocido dentro de mis tierras, tan abrumador, que prefiero que me llamen Gisella— Su primer nombre y el que había sido perdido de la mayoría de los registros históricos del oeste — Y mire nomás, pretendiendo ser una madame con estos harapos rostizados , olor a pólvora y manchado de lágrimas… Supongo que mis modales compensan mi oscura apariencia.

Aunque parecía totalmente inofensiva –por su rostro- a pesar de ser alta, de complexión mediana y atributos importantes, como una fiera.

“Él no es”

Pensó sin que se notara.

-Es un bello nombre... origen Italiano tal vez? , igual es perfecto para una mujer tan bella. El hombre tomo asiento nuevamente y volvió a servirse un poco de té. -Dígame entonces señorita Gisella si es que no es mucha indiscresion de mi parte, Que es lo que la trajo desde tan lejos a esta pequeña isla?, yo se que viene junto con esos hombres del Este, pero es obvio que usted no es del Éste, y que tampoco firma parte de su jerarquía militar. -Exactamente que es lo que la trajo aquí?-

—Es de origen germano y una variación del nombre original— Sonrió por el halago — Estoy en busca de unos hombres, los traidores a la corona del sur, que hicieron un golpe de estado y desataron el caos en el reino casi llevándolo a la ruina.
>>Pero también estoy en una misión secreta aparte de la que no debo revelar demasiados detalles. Pero también es una búsqueda y muy importante.
>>Por el momento voy a desistir de hacer ambas cosas hasta que se calmen un poco mis aguas interiores, o de lo contrario echaré todo a perder y mi aliada se enojará demasiado conmigo… y vaya que no quisiera aguantar sus berrinches.

Se cruzó de brazos mientras continuó mirándolo.

-Mi casa es su casa.- dijo el hombre, no solo por ser cordial, sino que realmente la invitaba a quedarse cuando quisiera. -Si usted lo desea, yo puedo forjarle algo a su amiga bajo las especificaciones que usted quiera, solo le pediría a cambio los materiales necesarios para fabricarlo.-

>> Un anillo, una di adema o un collar, si es algo decorativo lo que quiere darle... un arma o una cota de mallas tan delgada que no la sentiría, pero tan fuerte como para detener hasta la espada mas afilada para defenderse-

Morgana sonrió ampliamente, pero no con maldad o ironía como lo hacía por costumbre, sino en profundo agradecimiento.  

—No hace falta que se moleste. De todos modos, muchas gracias.
>>Es hora de que esta mujer haga algo que no sean líquidos fluorescentes y empiece a mover sus manos para demostrar lo que sabe hacer.

Morgana tenía mucho talento en las manualidades y el arte, nomás que hacía añares no fabricaba algo ni de broma. Una porque no tenía a quien regalársela, otra porque sencillamente toda su vida humana había hecho esas cosas por obligación y cuando se convirtió en súcubo no quiso saber nada más de ellas.

—Si no es molestia y me permite quedarme esta noche, le prepararé la cena más deliciosa que probará en su vida. Tengo que quemar estas manos de vez en cuando...

Las tenía sorprendentemente lisas , como si nunca hubiese hecho nada en su vida.

-Sera un placer tenerla como invitada-

Era de tarde y la noche no tardaba en caer.

-Solo le advierto que me gusta trabajar muy de madrugada, le daré una habitación bastante alejada del talle, pero aun así no le aseguro no despertarla con el ruido.-

Recogió las cosas antes de que ella siquiera levantara un plato y fue hacia dentro de la casa.

-Sigame, le mostrare donde esta la cocina.-

La casa, al igual que sus modales era impecable aunque algo rustica, todos los muebles habían sido fabricados por el mismo y al igual que las demás piezas tenían un acabado bastante detallado.

Se guardó el bollo de papel en el bolsillo y lo siguió en silencio.

La verdad es que no le importaba el ruido, después de todo ella no dormía, nunca durmió en ese centenar de años. Y en parte era una tortura, puesto que pasaría la madrugada pensando en Sebastian. Pero ahora, concentrándose en hacer que la cena le quedara rica, no se centralizaría tanto en su dolor.

—No será problema— Contestó Morgana.

-Estoy seguro que encontrara todo lo que necesita aquí, señorita Gisella- Dijo mientras acomodaba la vajilla en sus respectivos lugares. -Le ofrecería mi ayuda, pero aun con lo poco que la conozco se que no la aceptara, aun así si necesita algo, cualquier cosa puede llamarme, estaré en mi taller en lo que usted prepara la cena.-

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Después de beber hasta el hartazgo y dejar aquellas dos botellas medio vacías, Andreas apenas podía mantenerse despierto, cabeceaba contra el filo de la bañera una y otra vez pero sin decir nada, solo seguía dándole aquellos besos de forma tan prolongada mientras le hacia el amor.

Moegana sonrió en respuesta y se puso manos a la obra enseguida.

—Bien, tanto tiempo mezclando y preparando cosas, no creo que cocinar una simple cena sea tan difícil — Mencionó para sus adentros mientras comenzaba a lavar para después cortar la verdura.
Trenzó su largo cabello para que este no cayera arriba de los aperitivos.

Estuvo un buen tiempo preparando todo, llegándose a cortar dos dedos en el proceso, para que luego estos crecieran y cicatrizaran en un par de minutos. También amasó un poco de pan, así no sobraba y se tuviera que tirar al día siguiente. Mientras tanto tarareaba en voz baja y murmuraba cosas incomprensibles.

Puso un gran empeño en lo que sería una comida digna para un rey.

Acomodó la mesa, cuidando hasta el más milimétrico detalle y lavó todo lo sucio restante para que no se acumulara o diera una mala apariencia.

—La cena está servida~ — Canturreó.

Sonrió al ver todo, orgullosa de su resultado.
Aplicó lo que había aprendido al tener que alimentar a Isabel esos dos años para que fuera una niña rechoncha y fuerte.

Todo estaba listo: Entrada, plato principal y postre.

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Cuando Amaya estaba por decirle y hacer algo, le pareció escuchar un llanto y unos gritos. Pero luego prestó un poco de atención y oyó una segunda voz, más bien, un griterío de aquellas que provenía de la habitación de las niñas.

— ¡MAMI!

Se oyó a través del enorme pasillo el llamado desconsolado de Isabel.

Amaya, de un salto, se separó de su esposo y se puso lo que encontró así nomás, y se echó a correr como su embarazo le permitía.
Abrió de un empujón las enormes puertas de la habitación de sus hijas, totalmente desesperada.

Y allí estaban las dos en la misma cama: Isabel llorando a los gritos, totalmente asustada mientras señalaba a su hermana mayor, la cual se retorcía dormida como si quisiera zafarse de un agarre; además que sudaba y se desgarraba los pulmones suplicando que, textualmente, “la dejara” , también exclamando y sollozando a los cuatro vientos en un acto de desesperación.
Amaya tomó de los hombros a Elizabeth, tratando de pilotear la situación como mejor podía, y al ver que esta no despertaba cuando le hablaba, la sacudió de repente con fuerza y ahí recién abrió los ojos.

Elizabeth miró a su mamá a los ojos y comenzó a tranquilizarse de a poco, aunque estuvo mucho tiempo con hiperventilación. Luego la abrazó fuertemente, buscando protección en su pecho y brazos.

—Ya, tranquila mi niña. Fue una pesadilla… — O eso quería creer. Pero tenía un mal presentimiento.

— ¡NO! ¡NO LO FUE! — Exclamó alterada — ¡”Él” ME QUIERE LLEVAR! ¡ME VA A LLEVAR!— Reaccionó de forma violenta de repente, aterrorizada.

Isabel se escondió entre las sábanas.

"En mis tiempos estas cosas estaban mejor hechas" pensó aquel hombre al ver las armaduras. -O no arch?.- pregunto viendo hacia un sarcófago que estaba hasta el fondo del taller, alto pero muy delgado, envuelto en cadenas y candados.

El olor de la cena no tardo en llegar hasta su nariz y si había algo que le apasionara casi tanto como la herrería, era la buena comida.

-Supongo que si encontró todo lo que necesitaba.- dijo al ver la mesa servida.

—Y aunque faltara, una verdadera mujer se las arregla con lo que hay — Destapó una olla, donde se vio una especie de sopa de verduras bastante típica en el oeste, un platillo muy común entre todas las clases sociales, sin diferencia (aunque existían variantes según la economía de cada familia).  

También acercó la panera y lo invitó con una amable sonrisa a que tomara un pedacito y lo mojara en aquella comida que sin dudas, se veía tan apetitosa.

Lo más curioso de todo es que no se había puesto plato para ella, como tampoco vaso ni servilleta.

—Si necesita que haga algo más, como enmendar y lavar ropa, solo tiene que decírmelo…

Por un momento había olvidado completamente su dolor y extrañamente sonreía sinceramente, sin rastros de ironía en su expresión. Y haría lo que fuera por no tener que volver a sentir eso nuevamente , por lo menos por ese día.

Tuvo la sensación de hundirse lentamente estando parada. Agachó la cabeza.

-No me atrevería a pedirle que hiciera algo así, después de todo usted es mi invitada... veo que puso solamente un plato, es que no me va a acompañar?-

Tomo la cesta de pan y la puso sobre la mesa.

-No me diga que preparo todo esto y no piensa probar ni un bocado-

Elevó su vista nuevamente y volvió a sonreír, esta vez con serenidad.

—Pero si lo necesita, por mí no hay problema — Después de todo, no se cansaba, no dormía, no comía… prácticamente era un ser de energía ilimitada — No es necesario. No tengo hambre… —Dijo solamente. Dando explicaciones solo embarraría la cancha — De acompañar, lo voy a acompañar, pero con mi presencia.

Le corrió la silla para que se sentara.

¿Hacía cuanto no hacía todo eso? Tal vez no debería acostumbrarse... porque tal vez su humanidad nunca llegaría a ella nuevamente.

Suspiró.

-Le agradezco pero eso no será necesario, le he ofrecido mi hogar para que se quede cuanto usted le plazca y para que vuelva cuando guste, y aunque le agradezco sus atenciones no le pedire otra cosa que no sea que se relaje y se limite a descansar o distraerse... Este bosque esconde muchas maravillas y estoy seguro que encontrara placentero descubrir todas y cada una de ellas.-

Tomo asiento y empezó con la cena, entrando con la sopa y pasando por el restomientras hablaba de todas las personas importantes para las que había hecho trabajos, desde legendarios guerreros hasta imponentes monarcas de todo el mundo

Morgana lo oía, perdiéndose en cada uno de los relatos y palabras del hombre, ignorando por completo el hecho de que parecía que su pecho estallaría en cualquier momento de angustia. Lo escuchaba como una niña a la cual un padre le cuenta un cuento, o como a un hermano que se fue de viaje por un largo tiempo y al venir le relataba todas sus aventuras…

¿Sebastian? ¿Quién era? Vaya, no pensó que entreteniéndose con algo –o alguien- iba a olvidarse por un instante de él. Y lo más paradójico de todo es que ella atendía así a su hijo, como el príncipe que era.

Cuando vio que el hombre por fin había terminado de comer, se paró para recoger las cosas.

—Parece que le ha gustado. Supongo que no he perdido mis… habilidades — Hizo un movimiento con los dedos bastante gracioso — Recuerdo que cuando era más joven, cuando mi esposo aun vivía, no quería que hiciera nada que él no me pidiera o considerara apropiado para alguien como yo.  Y una de esas cosas era cocinar. ¡Como su Gisella iba a mover un dedo para ensuciárselo y hacer algo tan “indigno”! “Eso es trabajo de las criadas” — Imitó de forma histriónica su voz, ahuecando el pecho — Pero ignoraba que era una de mis pasiones, pues me hacía tan feliz ver como los demás sonreían satisfechos al probar los manjares hechos con mis propias manos. Y vaya que se enojaba…

Prácticamente, Uthier quería que su esposa fuera la típica mujer modelo de época: sumisa, quietecita como una muñeca inerte y con la belleza de una Diosa, pero que no debía salir al exterior para que la vieran los demás hombres, porque era de SU propiedad. Todo llevado a la máxima potencia.
Pero Morgana siempre fue una persona curiosa, en un principio cohibida y muy tímida por obvias razones, aunque eso no evitaba que fuera un poco “rebelde” para los tiempos que corrían. Salía a recoger los frutos que daban los bosques cercanos al castillo de piedra, cocinaba postres y pasteles en su mayoría, jugaba ensuciándose en la tierra y corría libre cerca de las montañas cada vez que salían de ese enclaustramiento al que llamaban hogar (en que las salidas eran bastante limitadas).

—Pero a mí no me importaba demasiado lo que tuviera para decirme, y mucho menos con respecto a eso. Personalmente me hubiera gustado que alguna vez en vida hubiera probado una de las cosas que hacía habitualmente, pero o no estaba cuando yo lo hacía (pues se enfurecía o debía irse de campaña) y cuando estaba me lo rechazaba porque eso no era lo correcto para alguien de mi posición.

Por lo menos hubiera deseado que los probara para darle el gusto.
¿Quién sabe? Tal vez no solo cocinaba porque le gustaban las texturas, colores y sabores, sino porque también se desquitaba.
Pero ella nunca quiso a Uthier como un esposo, sino como los primos que eran. Su amor por él no era romántico, pero si lo amaba y complacerlo de alguna forma la alegraba, después de todo era su familiar. El tema era que él no se dejaba complacer si no era a su manera… y su manera era el peor sexo del mundo.

—Pero él ya no está. Así que ya no me puede prohibir nada. Y si estuviera vivo y en este momento lo hiciera, seguiría haciendo rabietas, pues yo no le obedecería aunque me dijera lo mismo de siempre : “Prefiero perderme en la belleza de su mirada, en lo carnoso de sus labios y en la oscuridad de su cabello antes que hicierais algo así”— Sonrió de medio lado con cierta ironía y reboleó los ojos.

-Esa es una historia que han vivido muchas mujeres antes que usted, y que probablemente vivirán muchas otras en el futuro... no es que piense que es correcto, pero es algo que parece que no va a cambiar nunca... incluso las reinas se ven obligadas a contraer matrimonio cuando no hay un heredero varón para el trono... y no siempre tienen la libertad para escoger con quien.-

>> En fin... ya es bastante tarde, sigame y le mostrare donde va a dormir, seguramente debe estar muy cansada después de todo ese trabajo.-

“Ya lo creo... Pero Amaya lo cambiará”.

Fue lo único que se le vino a la cabeza en un instante.

Ante eso último, solo asintió en silencio.
No debía levantar sospechas y ahora que tenía la cabeza aun poco más despejada, reconocía que estar cerca de humanos desconocidos era un gran riesgo para la misión , más que nada porque si descubría el monstruo que en verdad era… todo estaría perdido. Aunque ganándose la confianza de los lugareños, podría obtener un poco de información para proseguir con su peligrosa búsqueda.

Solo esperaba que no se diera cuenta de nada. Así que haría como si estuviera contando ovejas para dormir y posteriormente soñando con angelitos.

-Espero que encuentre cómoda su habitación, la verdad es que hace mucho que no tengo invitados.-

La habitación estaba toda polvorienta, como si nadie hubiera dormido ahí hace años, pero todo estaba perfectamente acomodado, como el resto de la casa, no tenia ventanas y la puerta tenia un gran pasador de madera que se ponía desde dentro, y en el suelo había dibujada una linea con sal, como en todas las demás habitaciones.

-Antes de irme debo pedirle un favor, si escucha ruidos fuertes afuera, le suplico que no salga... no importa lo que escuche.-

Dijo eso y se retiro sin explicar mas.

Fue hacia su taller y descargo toda la madera que había recolectado y con ella encendió varias hogueras alrededor de la casa, cerro todas las puertas y ventanas de toda la casa y apago todas las luces de adentro.

Esa noche no hubo luna, y en el cielo no se veía ninguna estrella.

Morgana no tardó en darse cuenta que algo extraño sucedía. Pero no desobedecería por el momento… aunque no prometía nada si su gran presentimiento se llegaba a cumplir.

Y como siempre, era cuando por la noche, se sentía más activa y viva que nunca; en donde veía y escuchaba todo con mucha mayor agudeza, sentía todo a flor de piel. Aun así decidió guardar discreción.

Se desvistió como tenía por costumbre hacer, quedando completamente desnuda y empezó a sacar todas las cosas que tenía ocultas entre aquellas ropas finas que ahora eran harapos rotos y quemados.
Comenzó a contar de forma interna cada uno de los objetos: cinco frasquitos pequeños de soluciones; un ácido, una poción curativa especial que era capaz de curar cualquier herida causada por un arma bendecida, la misma poción de amor que alguna vez había regalado a Marcus, un veneno sumamente poderoso y otro que brillaba levemente en la oscuridad, pues estaba hecho con un fragmento de plata rayada bendecida de la daga con la que le habían lastimado los ojos aquella vez y se trataba de una especie de experimento para hacer una poción nueva que sirviera para defenderse del oscuro en caso que quisiera atacarla.
Después tenía aquel libro con anotaciones de plantas, animales y otras cosas que servían para hacer sus fechorías, escritas y dibujadas con tinta invisible hecha de semen humano.
La daga bendecida aquella que le había dado la reina antes de partir hacia las islas en su estuche de cuero crudo; un par de guantes gruesos de cuero negros, varias barras de grafito y pequeños explosivos y bombas de olor, todo metido dentro de una de las tres bolsitas que colgaban atadas desde su cinturón.

Juntó todo nuevamente, los guardó en su lugar correspondiente y volvió a anudarlos al cinturón, para luego esconderlo bajo la cama.

Se metió debajo de las sábanas y se dejó a medio tapar ; Su río de cabello estaba enredado alrededor de su cuerpo hasta llegar hasta fuera de los bordes de la cama y caer al suelo.

Otra vez el recuerdo persistente de su hijo en su mente…
Cerró los ojos para divisar con claridad esos pocos bonitos recuerdos, dándole la apariencia de estar profundamente dormida.