۩ღ Acacia Amarilla ღ۩ [Privado , Evil-Dog]

—No necesitas a alguien como yo. No te merezco… solo soy un estorbo. Vete y asegúrate de volver — Pronunció después de un largo rato tratando de hablar.
No quería que perdiera más tiempo por su culpa.

Andreas, al escuchar eso se puso rápidamente de pie y abrió la puerta.

-Tu no sabes lo que necesito... "Para bien o para mal" o "en las buenas y en las malas" te suena familiar?, te equivocaste... hiciste algo que termino lastimándome, pero todos los matrimonios tienen altas y bajas, y aun después de todo yo se que sigo queriéndote, aunque ahora no pueda demostrártelo se que no quiero que esto se termine por culpa de un error... tu eres mi esposa y la madre de mis hijas... y el amor de mi vida-

No quería que la viera de la vergüenza que tenía encima. Para colmo su rostro estaba horrible por el llanto. No solo desvió la mirada, sino también la cabeza y le dio la espalda.
Por más que quisiera decir algo, apenas podía hacerlo, pues su garganta hinchada parecía que explotaría si la forzaba.

-No voy a moverme de aquí hasta que te dignes a darme la cara- Dijo, quedándose firme frente a ella y cerrando la puerta.

Mientras más le insistía, peor de nerviosa se ponía y lloraba aun más, pero sin siquiera emitir un quejido. Pero se lo había prometido, que estaría ahí siempre, y si tenía algún mísero rastro de dignidad, se daría vuelta para mirarlo a la cara. Y eso hizo, a pesar de que estaba empapada en lágrimas y sus brillantes ojos ahora eran rojos.

-Mira que desastre...-

le tomo la cara con las manos y le seco las lagrimas con los dedos, y le acomodo el cabello.

No tenia palabras de consuelo, no era su intención decirle que todo estaba bien, nada estaba bien, pero quería dejarle en claro que esto no era el fin de su relación, era un momento duro para El pero no iba a rendirse.

Solo entrecerró los ojos, tratando de calmarse y así hacer, aunque sea, un poquito más llevadera la situación. Simplemente no pudo, el bochorno era enorme. Seguía sintiéndose como una prostituta barata… no, peor que eso, porque en un pasado había estado dispuesta a entregarse gratis.
Si bien nunca había llegado a nada, por lo menos físicamente hablando, sí había prostituido sus sentimientos. Y era obvio que la pureza de ellos iba a ser cuestionados.

—Perdón— Pronunció finalmente, sin decir nada más.

Que fuera lo que él quisiera.

-No puedo perdonarte aun... no estoy listo para dejar pasar este dolor, y no puedo asegurarte de que lo olvide pronto... por eso quiero pedirte que tengas paciencia y me des mi espacio y mi tiempo, cuando este listo yo te lo haré saber.-

Se dio la media vuelta y se fue hasta la puerta.

-Volveré pronto.- Dijo antes de partir.

Salio de la casa y se fue a toda velocidad hacia la superficie a encontrarse con su destino.

Aurora estaba esperándolo en un viejo campo de entrenamiento, la noticia no había pasada desapercibida y en el estaban centenares de personas, militares, nobles y campesinos, todos amontonados haciendo un circulo alrededor para poder ver.

Aurora esperaba en el centro de aquella multitud, y por el cuero y el acero de su vestimenta daban a entender cuan decidida estaba por pelear.

-Menos mal que decidiste venir... estaba a punto de irte a buscar.-

-Esto no tiene que ser así... padre esta empezando a recuperarse, si esperas un poco mas el puede...

-No voy a esperar nada!!! maldito cobarde!!!- Grito interrumpiendo lo que su hermano le decía -Padre ya deicidio que no seré yo quien herede el Luzbel... y si no soy yo, no sera nadie!!!-

Andreas no hizo gesto ante lo que su hermana vociferaba a los cuatro vientos, solo se quedo ahí parado verla hacer su gran berrinche.

-No peleare contigo- Dijo sin mas.

Pero la infame reina solo sonrió.

-Entonces morirás como el perro cobarde que eres-

Morgana se apareció frente a Amaya, con su típica sonrisa burlona y aquel semblante tan irónico y odioso que la solía caracterizar.

—Como me aburrí de estar toda una noche dibujando y anotando cosas, empecé a buscar que hacer en el más profundo de los silencios. Y tanto silencio me hizo oír desde donde estaba su pequeño escándalo.

Amaya tan solo le miró con la misma expresión destrozada de dolor.

—Parece que no vas a decir nada… Bueno, es comprensible ¿Ahora sabes lo que es sentir vergüenza de una misma por comportarse como puta en celo? — Esas palabras no eran para nada reconfortantes — No te culpo, niña. A veces hacemos muchas estupideces en nombre del “amor”. Desde engañar, mentir, robar e incluso matar. Dicen que de los errores se aprende — Se llevó la mano a la mejilla, aplastándola contra ella.
>> Solo te advierto una cosa: No dejes que ahora esta nueva piedra te distraiga de tu objetivo. De lo contrario, el maldito mundo estará perdido. Si tienes la cabeza en otra parte, a la hora que estés frente a ese oscuro, morirás a la primera. Y todos sabemos que eso es lo que menos necesitamos…

Tenía razón, pero estaba tan cargada de dolor que no sabía cómo hacerlo. De nuevo se sintió como cuando era niña: en completa soledad.

—En fin… también tuvo que sacar justo ahora ese tema idiota, cuando deben de hacer una de las cosas más importantes como lo es eliminar a ese bastardo. Mira que revolver la mierda del pasado en un momento como este, cuando lo que más se necesita es unidad — “Humanos”, pensó.

La joven princesa siguió en silencio.

—Me gustaría ser un poco más “humana” — Morgana sonrió pensativa.

Aurora, como la mujer impaciente y agresiva que era se lanzó contra su hermano como una fiera salvaje.

Aun a puño limpio esa mujer era completamente letal, y a pesar de tener mas de 30 años, tenia la elasticidad y la fuerza de una Amazona joven, pero la astucia de un general y la habilidad de un maestro.

Pero Andreas, aun sabiendo esto no hizo ningun intento por defenderse y se quedo ahí parado recibiendo todo el castigo sin siquiera inmutarse.

-Defiendete inútil!!! No voy a dejar que tu cobardía me robe la gloria- dijo la eufórica Reina.

-NO!- le grito cuando al fin el hermano se había resignado a hacer algo para defenderse, aunque solo habita sido un inútil intento por contenerla -No hay gloria en lo que haces... Soy tu sangre, la única familia que te quedara cuándo padre ya no este, y aun así tratas de matarme, aunque sabes que no ganas nada-

Esta solo se río con sarcasmo.

-Claro que voy a ganar algo... Venganza-

Por un momento sus ojos se pusieron vidriosos, le temblo el labio y su voz requirió un tono sollozante.

-Tu siempre fuiste el preferido... Siempre tuviste los derechos que me correspondían a mi, la primogénita... Pero no, tuviste que ser hombre.-

>> Desde el día que naciste yo me convierto en la que hacían a un lado... Todo era para el tonto Andreas... El pequeño, debilucho y escuálido hijo de mami... Ahora me quitas el derecho de recibir la herencia que por ley me pertenece... Yo soy mejor guerrera, y también soy mejor invocadora!!! Merezco ese derecho!!! No tu!!!-

Ahora hecha un mar de lagrimas y con una furia infernal se libera del intento de su hermano por someterla y con una fuerza descomunal lo golpea de forma que acaba por ponerlo de rodillas.

-Pero después... Cuando creci y me volví mas fuerte, y vi que tu también te fortalecias con la ayuda de ese cráneo parlante tuyo, llegue a verte como respeto... Como mi igual... Te apoyaba en secreto y te glorificaba desde el anonimato... pero entonces me heriste de la peor manera posible, te casaste con esa... Niña tonta-

Esta se inclino sobre El, acercando su rostro a pocos centímetros del de su hermano.

-Yo te amaba Astaroth- Dijo para después darle un beso, pero no uno de hermanos, sino uno completamente incestuoso y pasional -Pero ahora tengo que matarte-

Saco una daga de entre sus ropas y apuñaló a su hermano en el pecho, con una lagrima que recorria su mejilla se dio la media vuelta y empezó a alejarse.

Fue para su sorpresa que para cuando había dado apenas unos pocos pasos uso escuchar como esa daga caía al piso y se golpeaba contra una roca, haciendo ese típico chillido.

Volvió a darse la vuelta para ver como el puño de su hermano le daba en el rostro.

Pero ese no era el mismo hombre con el que habia peleado segundos atrás, ya ni siquiera parecía un hombre, pues havia revelado su identidad de inquisidor del infierno.

Por primera vez en muchos años la hidra voraz habia tenido el disgusto de probar el polvo, ahora ella era la que estaba de rodillas con un labio sangrante y una impresión que no le permitía comprender la situación en la que se habia metido.

-Siempre fuiste una demente Aurora- dijo ara después levantarla sujeta sola de las ropas.

Aurora, asombrada al ver en lo que su hermano se habia transformado, solo se limito a extender su mano para tocar su rostro blanco.

-Pero no voy a matarte... No voy a seguir con tu juego, esto se acabó-

Pero esa mujer no hizo mas que empezar a reírse como una desquisiada.

-Esto no se acaba hasta que yo diga que se acabo!!! Y como no pienso rendirme entonces no te queda otra mas que matarme!!!-

Entre la risa desquisiada de Aurora y la muchedumbre que exigía sangre Andreas no tenia manera de pensar en un plan, y acabo haciendo lo único que se le vino a la cabeza... Usar la cabeza.

Tomo a la mujer con ambas manos y como si se tratara de un carnero le dio un cabezazo en la cara a su hermana, la cual se fue un par de pasos hacia atrás, para luego desplomarse un par de segundos después.

Todo el muindo se quedo en silencio, la hidra voraz habla sido noqueada y Andreas se daba la vuelta y regresaba por donde habia llegado.

Lo que nadie se dio cuenta, es que Elizabeth había escuchado absolutamente toda la discusión de sus padres, de principio a fin, en donde se había dado origen y en la habitación que había terminado.
Se sintió horrible, puesto que pensó que se iban a separar y dejarla sola; hasta llegó a imaginar que iba a ir a parar nuevamente con su tía Lucifenia junto con su hermana menor. Además que nunca había visto así a su madre, tan triste y desesperada.
Tan solo abrazó con mucha angustia su estatuilla y empezó a sollozar tras la puerta en donde se encontraban Morgana y Amaya.

—Ah, y tengan más cuidado la próxima, que hay niñas en la casa que escuchan todo — Y Morgana desapareció.

Al escuchar que su hija lloraba herida por su culpa, su pecho se infló y desinfló violentamente. Se le revolvieron las tripas.
Secó todas sus lágrimas para parecer que no estaba tan triste y abrió la puerta.

—Mi niña, no llores… — Se agachó a su altura y le acarició el cabello.

—Pero tú y mi papá van a separarse — Chilló más fuerte todavía — Y me van a dejar sola con Isabel.

Le rompió el corazón.

—No, mi niña, no nos vamos a separar. Y nunca sería capaz de dejarte sola ¿Recuerdas que te hice una promesa? ¿Qué nunca te dejaría sola? ¿Qué estaría siempre ahí?

—Pero no cumpliste la promesa que le hiciste a papá…— Siguió llorando.

La verdad es que tenía razón, y su vergüenza aumentó a niveles desproporcionados, pues hasta su hija de tres años se había dado cuenta de su error y ahora dudaba ella también de lo que le decía.

—Perdóname, Elizabeth. Nunca quise lastimarte a ti también— Agachó la cabeza— Te ruego que no llores más por mi culpa… Dejas de llorar y yo lo hago también ¿Vale?

Elizabeth asintió lentamente y dejó de llorar, aunque abrazó a su mamá.

—Mami— Pronunció más reconfortada — No encuentro a Isabel.

— ¡Isabel!— Se había olvidado completamente de ella luego de todo ese drama — Tendrás que ayudarme a buscarla.

Isabel se encontraba por ahí, yendo de acá para allá, vagando sin un objetivo, solo entreteniéndose con cada cosa que encontraba. Miraba, tocaba y revolvía todo.
Sus manitas estaban negras, pues había encontrado unas barras de grafito y bueno… las marcas de sus palmas negras se hallaban por todos lados. Aun le quedaba una en la otra mano, no encontraba una hoja para dibujar… y tampoco sabía que era lo que quería dibujar.

Se fue hacia un lugar donde había varios libros apilados y allí, escogió el que le pareció más llamativo, aunque este se encontraba casi arriba de todo. Por esa razón, empujó la pila de libros y tiró todo al suelo para agarrarlo, generando más desorden del que ya había.
Abrió el susodicho, encontrándose con un montón de “dibujitos” lindos (que en realidad eran símbolos de un grimorio) y empezó a copiarlos en un trozo de papel que encontró por ahí. Se reía como si nada en el proceso. Cada uno le parecía más hermoso que el otro.

-Andreas ahora volvía a su casa con un poco de mejor humor, ansioso por ver a sus niñas, pero a la vez preocupado por lo que hablaría con Amaya.

Entro a la casa y empezó a buscar a las niñas, pero no habia nada mas que un pequeño rastro de destrucción y muchas manos pintadas por doquier.

Siguio la pista de aquel desastre hasta la que había sido su habitación durante la infancia y ahí la encontró, jugando sola con un pedazo de grafito y unos libros viejos.

-Que haces cariño?- le pregunto después de sentarse junto a ella.

Realmente no le importaba que maltratara esos libros, pues no tenían ningún valor o contenido importante, eran de hecho los libros en los que El dibujaba y escribía cuando era mas joven.

Isabel lo miró y le sonrió con ternura. Su carita se redondeaba aun más con esa ancha y adorable sonrisa. Generalmente era muy callada y tímida, a comparación de Elizabeth, que hablaba hasta por los codos y preguntaba todo. Pero ambas podían ser tanto tranquilas como enérgicas.

—Dibujo— Respondió con su encantadora vocecita de beba.

Se paró del suelo, pues estaba acostada panza abajo dibujando, con hoja rayada en mano y se la ofreció.

—Para ti— Volvió a hablarle. Un sonrojo de cortedad apareció en su rostro.

Era uno de los pocos momentos en que estaba lejos de su hermana.

Le extraño mucho lo que había dibujado en esa hoja de papel, pues esos símbolos eran muy complejos y difíciles de plasmar.

-No cabe duda que tienes un gran talento para los dibujos-

Rento a su pequeña niña sobre su regazo, tenia esa tierna sonrisa y esos ojos tan grandes que hacían que casi se olvidara de todo eso que le aquejaba.

El sabia bien que estar peleado con Amaya también le hacia daño a las niñas, y también sabia que en algún momento tendría que perdonarla... y mejor que fuera temprano que tarde.

-hay algo que quiero darte. o mas bien es alguien a quien quiero presentarte-

Tomo a la niña en los brazos y la dejo en la cama que alguna vez había sido la suya y fue a buscar eso que iba a darle al armario.
Del el saco una pequeña caja, la puso frente a ella y le pidió que la abriera, dentro de la caja había un muñeco de trapo, con una cabeza enorme y un cuerpo diminuto, con extremidades que parecían fideos.

-Su nombre es "Fiddlesticks" o "Señor fideo" si el primero te parece muy difícil-

El muñeco al escuchar su nombre salio de la caja dando un salto, empezó a correr como loco por toda la habitación corriendo de una forma muy graciosa, dando pasos como saltos de un lado a otro, cayendo torpemente y levantándose cada tres o cuatro pasos.

Una vez que recorrió toda la habitación subió a como pudo a la cama otra vez y se paro entre Isabel y su padre, viendo a uno y al otro repetidas veces.

-Andreas?- Pregunto el muñeco confundido.

A la pequeña Isabel se le iluminó tremendamente la mirada, e incluso se maravilló ante tal sorpresa. Comenzó a reír cantarinamente mientras se tocaba la punta de los pies con las manos y se balanceaba suavemente.

— Fiddlesticks bonito— Pronunció alegre.

-Que bueno que te gusto... pero ten en cuenta que Fiddlesticks es desde ahora tu pequeño amigo, y jugara contigo y con tu hermana siempre que quieras, pero debes cuidarlo mucho, por que es muy frágil.-

>> Hablando de eso... por que no vamos a buscar a tu hermana? Fiddlestick lleva mucho tiempo guardado en ese armario pero conoce muy bien la casa... seguro que si lo llevas nunca te perderás-

Isabel sonrió y asintió.

—Gracias, papá — Pronunció nuevamente con una dulzura de infante inimaginable.

Mientras tanto, Elizabeth seguía abriendo y cerrando puertas en busca de Isabel. A comparación de su madre, solo daba un vistazo.

—Aquí no está — Cerró y abrió otra — Aquí tampoco~— Cantaba en el proceso.

Una vez que la niña y el muñeco salieron Andreas se tiro en la cama y se tapo la cara con una almohada, como si ahogara un grito en ella.

Luego se puso a rebuscar en aquel armario en el que había guardado tantos años al pobre Fiddlesticks, todos los dibujos, diarios y juguetes que había tenido y hecho de niño.

Y así se quedo por varios minutos, entre el desastre que habia hecho la niña, y el desastre que había hecho El, la habitación se veía como si de verdad un niño viviera en ella.

Antes de que Elizabeth abriera otra puerta y se diera la vuelta, Isabel se puso detrás de ella y le tapó los ojos con ambas manos, poniéndose en punta de pie pues era un poco más bajita que su hermana mayor.

— ¡Isa! Pensé que no te iba a encontrar más— Eli hizo un puchero y se dio la vuelta. Cuando Isabel le sacó las manos, Eli pudo ver al muñeco — ¡Ah! ¡Qué lindo! ¿Me lo prestas?

Isabel sonrió en respuesta y dejó al muñeco en el suelo para que hiciera algo. También rió porque había manchado los ojos de Elizabeth de negro; le pareció algo bastante cómico.

Fiddlestick se puso de pie y miro a las dos niñas que para el se veían como un par de gigantes.

El muñeco debió sentir alguna especie de pánico escénico, pues en vez de hacer alguna acción graciosa prefirió salir corriendo de regreso a la habitación donde estaba el armario en el que había estado guardado tantos años.

…Y cuando Amaya quiso darse cuenta, no sólo había perdido de vista a la pequeña Isabel, sino también a la mayor.
Suspiró un poco. No tenía mucha paciencia ese día y estaba hecha un manojo de nervios. Al salir de una habitación, se dispuso a tratar de encontrar a ambas, pues parecía que Eli le había ganado de mano y ahora estaba con Isa, por eso no aparecía.

Cuando por fin las encontró, vio que estas se habían quedado mirando en la dirección donde el muñeco salió corriendo.

— ¡Vamos a buscarlo! —Eli alzó un dedo al aire. Pero le sonaron las tripas y desistió — Tengo hambre. Vamos a decírselo a mami.

— Fiddlestick— Volvió a mirar por donde se había ido e hizo un puchero.

—Ay, mis nenas… — Pronunció Amaya con cierta gracia al verlas así, tan contentas y juntas, pegadas como moco —Hay algo que me dio la tía Lucifenia, una de las cosas que más me gustan a mí y que de seguro a ustedes también les gustará — No era nada especial, sino unos dulces.

Las dirigió a la habitación donde ellas dormían y de un baúl sacó una cajita toda decorada donde, efectivamente, estaban esas golosinas.
Si ella no había cambiado un poquito en ese sentido, comer alguno la iba a consolar un poco.  Sacó un dulce y se lo llevó a la boca. Estaba increíble, un festín para su paladar.
Después les dio la caja a las niñas para que comieran. Y lo hicieron con gusto mientras jugaban con otros de los juguetes.

En el transcurso de los días, Amaya, estaba en solitario casi todo el tiempo; aunque no por eso dejaba de ver a sus niñas. Cuando sentía que iba llorar o estaba muy triste e irritable, simplemente se retiraba a una habitación vacía y se quedaba por horas allí hasta que más o menos se le pasaba. Y aquel dulce que había ingerido había sido su última comida, pues su estómago estaba cerrado como un puño y sentía que tenía piedras en su interior.

No tardó en entrar en lo que sería una depresión.

Mientras se encontraba en ese estado, se encargó de escribir en partituras pequeñas canciones que se adaptaban a la tesitura de una voz blanca (voz infantil). Principalmente las había hecho para sus hijas, así se entretenían y divertían aprendiéndolas.

La lírica estaba en francés, su lengua materna; alemán para que Isa no se olvidara de él o en latín.

Trataba de no corregirlas para que mantuvieran la esencia de la idea original.

Las temáticas eran infantiles, más inocentes y no tan cruentas como los cuentos de la época o de sus antepasados; se las podría catalogar de ingenuas. Mezclaba la realidad con la fantasía, describiendo con sencillez cada detalle de los diálogos y los elementos que utilizaba para adornar las situaciones.  Contaba historias en primera persona con papeles para ser interpretados, como en la ópera. También en tercera persona.

De alguna manera había vuelto a un viejo hobbie que creyó haber dejado de lado hacía años…  la última melodía que había hecho, era para clavecín y violín y era la que le recordaba a su esposo en esos tiempos que estuvo encerrada en aquella mugrosa celda y pensó realmente que moriría allí.

Pero para sacar el dolor que tenía en ese momento, se concentraría tan solo en sus pequeñas hijas e idearía todas las canciones que fueran necesarias para que ellas no se dieran cuenta en su totalidad de la situación.

Amaya dormía con las niñas o en el mismo cuarto donde componía y escribía sus cosas en lo más absoluto de la soledad y silencio.


Morgana no se aparecía para nada, tan solo observaba y escuchaba todo lo que pasaba en la casa. Si seguían a ese paso, no veía venir nada bueno de ello.

Después de estar días pensando y dándole vueltas en la cabeza a aquel asunto, por fin se dio cuenta que estaba listo para olvidar.Estaba consciente de que Amaya lo estaba sufriendo tanto o mas que El, y quería terminar con esta pelea cuanto antes.

Así que ideo un pequeño juego para acabar con esta disputa de una vez por todas

junto todas las cosas que necesitaba y tomo una hoja de papel y escribió en el la frase "Quiero jugar un juego" y se lo dio a Fiddelsticks para que se lo llevara.

Amaya había terminado de componer la canción del día.
Tan solo imaginaba las notas y las plasmaba en aquellos pentagramas improvisados que trazaba pacientemente a mano.
Esta era más larga que las anteriores, pero bueno…

Tuvo que apretarse los ojos varias veces, pues veía todo tan borroso de a momentos que creyó por un segundo que se quedaría ciega si seguía forzando la vista. Aun así, continuaba su labor.
Cayó rendida al segundo de finalizar. Vio a su alrededor los cientos de papeles desparramados por el suelo de toda la habitación.

Seguía sintiéndose horriblemente triste y no quería hacer más nada. Incluso la muñeca parecía que le explotaría en cualquier momento.

Se sentó en el suelo, apoyó la cabeza contra la pared, esperando quedarse dormida; tenía sueño, pero no lograba descansar como la gente.

Pronto el muñeco empezó a correr de un lado a otro buscando a Amaya pero teniendo cuidado de no encontrarse con las niñas, pies si lo veían difícilmente podría entregar el mensaje.

Cuando al fin pudo localizarla fue y se paro sobre sus rodillas e agito frente a su cara el papel en el que venia el mensaje.

Amaya suspiró al ver al muñeco y tomó lo que tenía para leerlo.
Volvió a hacer un esfuerzo y suspiró. La verdad es que no tenía la más mínima gana ni la fuerza física ni mental como para hacer algo más.

Tan solo le hizo un gesto con la mano para que se fuera y cerró los ojos.