۩ღ Acacia Amarilla ღ۩ [Privado , Evil-Dog]

Solo fruncio el seño y se volvió hacia la niña que lloraba, la tomo en brazos, recargando la cabeza en su hombro para calmarla.

-Así que Amaya puso al cuidado de nuestras hijas a cuatro mercenarios asesinos de mujeres y niños...-

No era un secreto que nunca le habían caido bien esos cuatro sujetos, ni siquiera antes de el incidente con Lucifenia, ahora menos que sabia de lo que eran capaces de hacer por dinero.

—Claro, pero esta vez es bastante diferente. Aunque si prefieres que nos vayamos, lamentablemente no podremos hacerlo. Estrictas órdenes, supongo — Joshua guardó la bayoneta que había sacado de su funda.

El ambiente era bastante tenso y el llanto de la niña no hacía más que recrudecer.

— ¿Se puede saber que ha sucedido aquí? — Preguntó Amaya al escuchar a Isabel y ver que la habitación prácticamente había quedado sin puerta — No los puedo dejar solos un momento que ya hacen destrozos y se lanzan miradas de muerte — Arrugó la nariz, notando el aire denso de aquel cuarto. No dijo más nada solo porque estaban sus hijas despiertas.

Notó que la cama estaba toda mojada.

—Mami, Isabel mojó la cama… — Murmuró una somnolienta Elizabeth, que estaba sonámbula, más bien.

-Una manada de lobos cuidaría mejor a las niñas que ustedes cuatro, no me importa cuales sean tus ordenes, o quien te las dio, no los quiero cerca de mis hijas.-

Tomo a la niña mayor de la mano y se la llevo fuera. No le dijo nada a Amaya cuando se retiraba, solo una mirada que le daba a entender lo que pensaba. "Que se larguen"

Si no fuera porque estaban sus hijas en el medio de todo, le hubiera cantado las cuarenta.
Tan solo hizo un gesto con la cabeza para que los hombres se retiraran hasta nuevo aviso.

¿Qué se pensaba? ¿Qué ella podía dividirse en mil Amayas y estar en todas partes al mismo tiempo? Alguien tenía que cuidar a las niñas mientras ella estaba haciendo sus labores de reina y su esposo estuviera ausente. Y más aun con ese ente que las molestaba. No podía dejarlas solas.

Se enojó bastante, pero prefirió guardar silencio. No comentaría nada hasta que estuvieran solos… y que se agarrara de donde pudiera.

Pasó el resto del día sola hasta muy entrada la noche, leyendo papeles guardados, para ver las próximas actividades a efectuar, reanudar proyectos que se habían dejado de lado desde el reinado de su tío y ver qué leyes tratar. También tenía que entregar parte de las armas de fuego al Este y esperar una respuesta de Morgana.

"Esa mujer debió haberse vuelto loca". Pensó mientras caminaba por el pasillo.

No podía dejar a esas dos inocentes criaturas al cuidado de cuatro mercenarios, inclusive con las condiciones actuales no era una opción, y después de ver la violencia con la que reaccionaron al entrar a la habitación ahora estaba mas que convencido.

Elizabeth se recostó en la cama de Amaya y siguió durmiendo, Isabel la imito después de dejar de llorar y volvió a dormirse. Ahora estaba el asunto de cuidarlas, y puesto que no iba a dejar que Amaya se saliera con la suya las cuidaría El mismo, hasta que encontrara a alguien mejor que ocupara su lugar.

Estuvo a punto de quedarse dormida arriba del escritorio. Su vista estaba borrosa y lo único que podía contemplar más allá de su nariz era la nada misma.
Decidió que era hora de descansar, aunque seguramente no lo haría por tener que quedarse en vela cuidando de sus hijas.

Se fue caminando por el pasillo hasta llegar a la que era su habitación y ahí los vio a los tres. Siguió silenciosa, y el silencio de Amaya significaba que algo malo ocurría o que estaba encabronada en su máxima potencia. En definitiva, era lo segundo.
Ignoró al presente y fue a sacarse su ropa para cambiársela por la de cama. Una vez hecho eso, se sentó al lado de Elizabeth.

—No podremos estar eternamente así — Fue lo único que dijo con una expresión neutra en el rostro y el tono más frío del mundo.

-Bueno... lo único que tengo que decir es que este pleito es en parte un gran problema de comunicación... no me molesta que esos tipos estén aquí, lo que me molesta es que estén tan cerca de las niñas... no sabemos que tan delicado es el asunto y esos cuatro imprudentes pueden empeorarlo todo por actuar de esa forma tan precipitada... mi padre vendrá a ver a Eli en unos días, serán dos o tres cuando mucho.-

No la veía mientras hablaba, solo acariciaba la cabeza de una de las pequeñas que dormían profundamente.

-Yo puedo quedarme unos días mas... hasta que resolvamos el asunto de quien cuidara a las niñas.-

—Algo tenía que hacer mientras no estuviéramos. Era algo provisorio. No puedo dividirme en ochenta pedazos ¿Sabes? — Guardó silencio por un momento — De acuerdo. Pero la próxima dímelo en la cara si tanto te molesta.

Utilizó cierto tono fastidioso con un gran disimulo.

Tampoco lo miró. Y no lo haría. Estaba enfadada porque, en definitiva, la hizo quedar como una persona que no tenía ni una pizca de autoridad ante los demás. O más bien, que era alguien a quien no se debía respetar para nada.

-Lo se... también se que debí haber reaccionado de otra forma, pero cuando ese sujeto tiro la puerta... pasaron un millon de cosas por mi cabeza.-

-A veces... mientras trato de dormir pienso en todo lo que me rodea, lo frágil que es mi vida... de como se desmoronaria todo si perdiera a alguna de mis niñas... cualquiera de ellas, tu incluida... ustedes son mi punto mas sensible, y es por eso que me siento tan atacado cuando algo las amenaza... aunque se que puedes cuidarte sola y tomar las decisiones correctas no puedes evitar que quiera cuidarte, a ti y a tus hijas.-

Eso ablandó un poco su corazón y aquel gran orgullo que tanto la caracterizaba.
Suspiró, se paró de donde estaba sentada y se puso frente a él, agachada.

—Mírame, querido mío. Sé que es inevitable, que aunque no estés siempre tratarás de hacer hasta lo imposible para que no nos suceda nada; de alguna manera, lo hago yo también… Pero a veces necesitamos ayuda, aun si fuera tan pequeña como un grano de arena.

>>Yo sé que esos hombres te pueden parecer lo peor por todo lo que ha sucedido en este tiempo y lo que han hecho. Pero puedo ver en su mirada que algo ha cambiado y que serían incapaces de volver a levantar un dedo para dañar a una indefensa y pobre criatura. Reaccionaron así impulsados por el sentimiento de tener que proteger a las niñas , proteger a unas niñas que no son solo las hijas de la reina , su tesoro más preciado , sino también unas niñas que tienen la edad de esas otras desafortunadas pequeñas a las que le arrebataron la vida por órdenes de mi prima.

>>Me dijeron que en otra circunstancia jamás habrían aceptado el trabajo de “niñeras”, pero que esta vez lo harían por motivos personales. Y yo sé cuáles son sus motivaciones, y ese no es el dinero.

>>De todos modos, era algo provisorio hasta que se resolviera el problema.

Le tomó las manos e hizo que acariciara su abultado vientre , en el cual se podían sentir casi imperceptibles movimientos.

-No puedo negarte nada... que se queden, pero también me quedare hasta que llegue el viejo y vea a las niñas personalmente... y pasar algo de tiempo contigo, un mes sin verte es mucho tiempo y ahora que al fin te tengo a lado lo ultimo que quiero es estar peleado.-

Amaya asintió.

—Está bien. Pero no quiero que me des la razón porque sí. Solo que veas la razón de mis acciones, que si lo hago, es por el bien de ellas… o de todos si el caso fuera diferente o en otra situación.

Empezó a pararse con cierta dificultad hasta quedar completamente erguida.

—Tú siempre estás conmigo, aun cuando no estás… porque así lo siento— Hizo una pausa y sonrió.

-Tienes una buena parte de mi contigo, con Eli y con Isa... y también con Lys.-

Le acaricio suavemente el vientre, ese pequeño y casi imperceptible bulto, le rodeo con los brazos y le abrazo de la cintura, había pasado un mes sin verla y la noche anterior no habían acabado como El hubiera querido.

-Duerme conmigo, déjame llenarte de caricias y comerme tu boca hasta que me venza el sueño y acabe dormido en tu hombro... solo esta noche.-

— ¿Cómo negarme a tal petición? Siquiera debes insinuar cosas así o parecidas… — Se acostó en el lado libre que habían dejado las niñas, que aun estaban en el quinto sueño — Esta vez cumpliré con la promesa que te hice hace tiempo, querido, la de quedarme esperándote. Esta noche y todas las que quieras.

Sonrió, tierna.

Se metió a la cama detrás de ella, el espacio era reducido pero asi era mejor, pues prácticamente solo tenían cabida estando bien repagados.

-Tendremos que conseguir una cama mas grande cuando nazca Liz...- Dijo justo antes de darle el primer beso y meter la mano bajo las sabanas.

Los dos días siguientes fueron algo complicados, ya que vigilar a Elizabeth era prácticamente una odisea. La niña tenía demasiada energía, como era obvio, y se movía de un lado a otro, recorriendo todo el palacio y poniéndolo de cabeza. Además que no estaba sola, sino acompañada por su hermanita, lo cual significaba más desastres. Parecía que ya no pasaba nada y que olvidaron por completo la existencia de aquel “compañero” de juegos.

Amaya estaba demasiado ocupada, sin embargo interrumpía sus actividades de vez en cuando para echarles una mirada. A pesar de que la guardia que les había asignado a las niñas las vigilaba, su instinto de madre protectora era más fuerte.

Todo seguiría así hasta que el padre de su esposo hiciera acto de presencia.

Ese día decidió tomar un descanso. Necesitaba estar con su familia.

Después de casi un mes de pensarlo, (Y de "Robar" inspiración de algunos libros que estaba leyendo), creo que ya tengo mas o menos claro como quiero terminar la historia.

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Pasaron un par de días en los que Andreas se tomo una corla licencia para disfrutar un poco a su familia, investigar un poco en la parte de la biblioteca del palacio que no acabo hecha trizas y de paso librarse del estrés que era estar en el frente del norte.

Esa tarde había hecho de la sala de estudio su madriguera, con docenas de libros diferentes abiertos aquí y aya, las niñas lo habían venido a visitar y habían revolvido todo, buscando un libro inservible el cual rayonear, pero no se había molestado por eso, ese par de ángeles eran en parte la razón por la que se levantaba cada mañana, aunque en su conciencia le remordía el no haber estado para ellas tantos años, al igual que con Amaya.

En la mañana había recibido un mensaje de Yellow del norte, al parecer las tropas de Amatista se habían movilizado, dejando prácticamente desprotegida la capital, debía volver pronto al frente y dialogar con sus oficiales.

De la boda no había ni siquiera mencionado una palabra, cada vez que algo se lo recordaba le venia a la mente la imagen del anillo que le había dado, ese que su madre había usado tantos años y que ahora se había perdido, "Si tan solo hubiera un modo de recuperarlo..." Se decía constantemente.

El reloj de la pared hizo su característico sonido, eran las 4:00 de la tarde y había prometido merendar con su familia, se deshizo de su melancolía y se alineo lo mas que pudo, tenia la barba algo crecida y no se había cortado el cabello en meses, por lo que debia hacerse una cola para que no le estorbara, sin embargo era una vieja tradición del Este no cortarse el cabello mientras se estuviera luchando, pues era una costumbre entre los guerreros de antaño dejar crecer el cabello mientras no fuera vencido.

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El viejo Edward estaba cada vez mas nervioso con la presencia de Morgana, ya habían conseguido los cristales y todo parecía estar listo para el experimento que la sucubo pretendía realizar, pero cada día que pasaba esta se ponía mas extraña, volviéndose las insinuaciones sexuales cada vez mas frecuentes y mas obvias, El ya era un hombre mayor, y aun de no ser así sabia perfectamente que destino le esperaba a los incautos que cayeran en los encantos de esa ladrona de esencias.

-Supongo que ya no hay nada mas que esperar, tiene todo lo que necesita?-

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Un día después de la maravillosa noticia Marcus se dispuso a prepararse para el viaje de regreso a la capital, ahora que sabia que Lucifenia estaba embarazada decidió hacer el viaje antes de tiempo, antes que su embarazo le impidiera viajar, ademas de que en la ciudad la podía atender mejor un medico, ademas que le haría bien estar cerca de su única familia, su prima que tanto la adoraba y su sobrina Elizabeth, la cual había sido como una hija adoptiva.

Amaya estaba sentada en una de las sillas que estaban contra la pared del gigantesco comedor. No se sentaría en la mesa hasta que llegaran todos.
Mientras, observaba con lujo de detalle el anillo de bodas de su madre, aquel con miles de pequeños diamantes incrustados y el zafiro en el medio. Desde un principio estaba allí y lo había salvado gracias a que se lo tragaba y luego lo defecaba y así sucesivamente. El otro que le había dado su esposo, el cual tenía mucho valor sentimental para ella, se lo habían robado desde un principio aquellos mercenarios para luego dárselo al rey del Oeste junto a la armadura que usaban los príncipes del Norte como trofeos de guerra.

Recordó el odio que sintió cuando fue presentada ante el rey, en medio de aquella sala lúgubre del trono, oscura y seca, de aquel castillo tan enorme de piedra. El mismo castillo donde Morgana había vivido en su juventud.
Estaban a los costados, muchos miembros de la aristocracia de aquel país, con sus ropas ligeras, pero hermosas al fin al cabo, con una mezcla extraña de estilos, que iban de lo griego hasta la moda con influencias de medio oriente. Solo que sus ropas eran raramente oscuras o de tonalidades apagadas, pero contrastando con el uso excesivo de hilo dorado en sus detalles o costuras. Muchos adornaban sus cuellos, muñecas y orejas con oro y amatistas, entre otras piedras preciosas, dado su geografía que les permitía sacar cuantas piedras preciosas quisieran.

Ella, en cambio, no estaba ni con su armadura ni con, mucho menos, ropas lujosas. Solo harapos que dejaban ver sus piernas hasta por encima de la rodilla, y la sangre seca que estaba impregnada en la piel, producto de las salvajes violaciones. También estaba embarazada de su pequeña Isabel… ¡Oh, cuánto dolor! ¡Quién sabe cuál sería el destino de esa criatura!

Entrecerró los ojos para ver la cara de aquel desgraciado, al monstruo, autor de todas las masacres, porque juró que nunca iba a olvidar su rostro. Era de noche y solo habían poquísimas velas encendidas, como ambientando aquel horrible lugar.

De repente, todos empezaron a reírse de ella. Y los agresores, esos malditos delincuentes, le entregaron a Mordred en mano todas sus pertenencias, anillo, armadura, el collar que le iba a dar a Elizabeth… todo. La agarraron de los pelos y la llevaron delante de él. Al lado del trono, parada, estaba el súcubo, con los ojos cerrados, pero una expresión de dolor en el rostro.

Y fue ahí cuando, el rey de Amatista, dio un sermón y la condenó a pasar de por vida en las minas, porque “una basura como ella debía sufrir como perro sarnoso antes de perecer”… Nunca mencionó nada sobre el destino de Isabel, hasta que ella nació.

Abrió los ojos. Era incapaz de sentir dolor por lo que le había pasado, pero si por Isabel. Si sus hijas debían sufrir así otra vez, ella prefería morir antes que eso.

Se miró las manos nuevamente y suspiró.

— ¡Mamita!— Se oyó la voz de la pequeña Isabel a lo lejos. Se estaba acercando al comedor.

Cambió aquella expresión de desaire y sonrió de inmediato.

—Mi pequeña— Estiró sus brazos para recibirla. Cuando la tuvo entre sus brazos, la apretó contra su pecho y empezó a acariciarle el pelo, el cual estaba arreglado con un elaborado peinado — Mira… mi nena hermosa le ha crecido aun más su cabello. Pero a mami le gusta verlo suelto, como lo usa siempre — Le desarmó el peinado y tiró todo su cabello hacia un costado — Mucho mejor. Y pensar que a tu hermana le gusta que esté solo a la altura de sus hombros. Tan diferentes y tan especiales a la vez… Mi bella artista, ¿Qué ha dibujado para mí hoy?

Isabel sonrió y le alcanzó una de las hojas que traía en la mano. Eran cuatro tipos , los que supuso que eran los de la guardia especial , jugando con ellas dos… mientras un quinto sujeto , pintado todo de negro , los miraba desde lejos.

— ¿Y él…?

—“Él”… Solo que como ya no está, lo dibujé porque extrañaba cuando jugábamos.

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—Claro. Ahora necesito que abra el sarcófago. — Morgana empezaba a notarse cansada, con falta de energías. Y también su mente quedaba en blanco por algunos lapsos de tiempo, cada vez más frecuentes.

Hizo un círculo con los cristales alrededor del sarcófago.

—Confíe en mí. Que si no lo he consumido hasta ahora, es porque mantengo y cumplo con mi palabra… Lo mismo va cuando le aseguro que experimento funcionará. No puede fallar. — Le aseguró.

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Lucifenia tenía miles de dudas.
¿Cómo estaría su prima? ¿Cuáles serían los progresos de la capital? ¿Del país en general? No podía evitar pensar como si todavía fuera la reina. Debía relajarse.

Mientras caminaba por uno de los tantos pasillos del palacio pudo escuchar como su hija mayor corría de un lado a otro con aquel grupo de hombres detrás, un tanto hilarante imaginarse aquella escena, quizás no fue tan mala idea dejarlos de niñeras.

Camino hasta el comedor donde ya lo esperaba la otra pequeña junto con Amaya.

-Entonces... cuando dijiste que no llegara tarde pensé que eso iría para todos, pero creo que tu hija la mayor no tiene planes de venir a la merienda.- Dijo cuando se sentaba en una de las sillas, de piernas abiertas y casi dejándose caer, pues apenas se recuperaba de la noche salvaje que había tenido hace días.

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-Estoy preparado para lo peor... no perdamos mas tiempo.-

Se aproximo al sarcófago y con un martillo especial creado por antiguos hechiceros empezó a golpear el metal de las cerraduras, abriendo una por una, cuando la ultima cedió la caja se abrió de golpe, revelando una espada negra como la noche, grande y pesada como un hombre corpulento, y con un filo cortaba de solo verlo, una espada que por sus dimensiones era imposible de blandir por un hombre común.

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Marcus había conseguido lugares dentro de una caravana, pues era mas seguro viajar de ese modo, ademas de que así llamarían menos la atención.

La mayoría de las personas de dirigían a la capital, ellos aun mantenían su identidad en secreto y lo seguirían haciendo hasta llegar al palacio, era solo cuestión de horas para que estuvieran dentro de los limites de la capital.

En eso, Elizabeth se apareció en el comedor, agitada y con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba toda despeinada y transpirada. La guardia especial había llegado de atrás.

—Parece que alguien tendrá que bañarse después de comer — Se acercó a Elizabeth y la alzó, para sentarla en una silla. Lo mismo hizo con Isabel. Aplaudió y fueron las sirvientas a servir la merienda.

Elizabeth parecía muy contenta a comparación de otros días, como si nada hubiese pasado. Amaya solo era capaz de pensar de si el problema se había solucionado… aunque seguramente no, pues si no estuviera la guardia especial, esa cosa seguiría fastidiándola.

—Te ves tan varonil — Comentó Amaya en un tono jocoso (aunque disimuladamente seductor).

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Morgana no había puesto aquellos cristales alrededor del sarcófago en vano. Servían para retener la influencia de la espada dentro de aquel círculo, aunque fuera un poco.

—Cuanta maldad— Derribó con el pie el sarcófago, dejándolo acostado en el suelo, pero sin llegar a tirar la espada. Acto seguido, tomó una cubeta hasta el tope de cuarzos y los colocó alrededor de la espada y por encima de ella y ubicó estratégicamente los botones de amatista de su ropa arriba de todos los cristales. — Tenemos poco tiempo hasta que sea luna nueva otra vez. Pero creo que el suficiente como para debilitar a la espada.

>>Si hay algo que sabemos todos los habitantes del reino Amatista del Oeste, es que las piedras y cuarzos tienen propiedades muy poderosas… el cristal es purificador, útil para hacer barreras y ese tipo de cosas. Y nuestra querida Amatista, nuestra preciada amatista, es conocida por sus propiedades espirituales, mentales y equilibradoras.

>> Hay que dejar pasar tiempo para que las piedras hagan su efecto. Aunque hay que cambiarlas una vez por día todos los días, reemplazándolas por otras mientras las que ya fueron utilizadas se purifican con la luz solar.

>>En cuanto las propiedades malignas de la espada sean repelidas y absorbidas por completo (o por lo menos haber debilitado a Archimonde) por las piedras, se convertirá en un objeto común y corriente y utilizaré esta opción que he preparado en este tiempo a velocidades récords— De entre su ropa sacó un frasco mediano, repleto de un líquido verduzco y burbujeante, de apariencia viscosa… aunque se tornaba tornasolado con la luz, teniendo detalles dorados y brillosos. — una poción hecha con mezclas de otras soluciones que ya tenía preparadas, pero con fragmentos de plata bendecida de una daga robada de la catedral de Yellow del Norte… Un ácido especial que ayudará a destruirlo definitivamente.

Se cruzó de brazos y se sentó fuera del círculo, en silencio. Ahora debían aguardar. La única tarea que debían cumplir a rajatabla era la de cambiar los cristales.

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Durante el viaje, Lucy miraba curiosa como las obras habían empezado y se hacían. Los caminos eran nuevos, de piedra, excelentemente bien hechos y que probablemente durarían siglos.

“Todos los caminos conducen a Roma”.

Pensó por un momento.

En los campos podía verse a la gente trabajando arduo, todo crecido y precioso. Se impresionó bastante por ello.

Estiro la mano para coger un pedazo de pan y rápidamente se lo metió a la boca.

-Que?- Dijo antes de casi atragantarse. -No me veo varonil siempre?, no me había dejado crecer la barba por que según yo no te gustaba así... ademas de que siempre tenia mucho tiempo libre y rasurarse todos los días era una forma de matar el tiempo y al final acabo convirtiéndose en costumbre.-

Andreas se rascaba la barbilla y recordaba los primeros días de su matrimonio.

-Recuerdas cuando vivíamos en esa iglesia?, fueron tres meses los que estuve sin salir, no había mucho que hacer... ademas del sexo... pero tu no siempre querías, y cuando te reclamaba me decías que si descubrías que te engañara con una prostituta me cortarías los testículos, me llamabas idiota cada dos segundos, y me diste un rodillazo una vez... y ni hablar de la vez que metiste tu dedo donde no debías... fue difícil superar eso.-

Su rostro no reflejaba nada, solo reía levemente mientras recordaba.

-Pero fueron buenos tiempos al fin y al cabo...-

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-Entonces solo queda esperar... tenemos un mes para que esas criaturas regresen, si la espada no se destruye antes no se que es lo que pueda ocurrir.-

El viejo tenia una cara de terror, el solo ver aquella terrible arma le erizaba la piel.

-Pero usted no tiene tanto tiempo, tiene que alimentarse tarde o temprano...-

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La caravana se detuvo, había llegado a la plaza donde retornaba de vuelta a la frontera, la ultima parada.

Marcus inmediatamente rento otro carruaje, uno que los llevara lo mas cerca del palacio que pudieran antes de revelar sus identidades para poder pasar, y poder llegar de sorpresa si fuera posible.

—Pues pensaste mal — Empezó a beber de su leche caliente — Yo te dije antes de casarnos, claramente, que quería divertirme en nuestro matrimonio. Y vaya que lo hice… También recuerdo cuando dije que ya te tenía controlado. — Rió.

Las niñas solo miraban como conversaban, sin prestar demasiada atención. Solo jugaban con la comida, pues aun no sabían usar todos los cubiertos protocolares que habían encima de la mesa.
Amaya se dio cuenta de esto y tomó la cuchara correspondiente que era para los postres, pues sabía que las niñas imitaban todo lo que hacía. Al verla, inmediatamente empezaron a comer con la misma cuchara.

—Y estos también son buenos tiempos, querido, diferentes, pero buenos y los seguirán siendo… — Se quedó mirando su reflejo en la botella de vino.

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—Si no pasa eso, nos llevarán a ambos. A mí y a Archimonde. — Apoyó la mano en su propio mentón — Bueno, los súcubos solo necesitamos tener relaciones para sustraer semen… ¿Recuerda cuando dije que podía donarlo voluntariamente? Pero como se va a negar, entonces me veré obligada a buscar víctimas…

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Todo estaba tan cambiado, tan hermoso. Y por los comentarios se había enterado que la capital ahora se llamaba “Edén”. Y se notaba, que se estaba invirtiendo para mejorar absolutamente todo, ya sea por los caminos y las plazas públicas. Se preguntaba cuánto más iba a mejorar su prima aquel bello lugar.
Ya no le traía malos recuerdos.

No digo que no fueran buenos, solo que aquellos fueron tiempos algo complicados, en especial por que cuando nos casamos fue en gran medida por la necesidad... No exactamente por amor, y de no haber sido así quien sabe como habríamos terminado, si tu padre no me hubiera metido a una celda.-

>> Pero no pienso en eso con dolor, si pudiera revivir esos momentos lo haría sin dudarlo, volver a ese momento en que te enamoraste de mi de verdad.-
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-No creo que sea buena idea...-
Un escalofrío le recorrió la espalda, algo extraño, independiente de la propuesta de la sucubo.
La espada encadenada a aquel descomunal sarcofago empezó a vibrar con violencia, dejando escapar un gruñido sordo que solo el viejo Edward pudo escuchar, un grito de rabia que resonaba dentro de su cabeza, era Archimonde que lo maldecía por haberlo encerrado durante tantos años.
La espada cobro vida, la sombra de Archimonde se materializó dentro de la caja metálica, esta se puso en posición vertical por si sola, como si viera frente a frente al viejo herrero, la sombra estiro su brazo de un modo que resultaba imposible para un humano común y lo tomo del cuello tirandolo hacia adentro y cerrándose de nuevo, encerrándolo junto con la espada.
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Cuando llegaron a la entrada del palacio Marcus se acerco hasta uno de los guardias. Se presento ante él como el duque que era, o que había sido antes de escapar junto con la Reina, el hombre lo reconoció al instante, así como también a la mujer que lo acompañaba, la Reina Lucifenia.

—Si no hubiera sido por mi padre y por todos nuestros enemigos, jamás nos habríamos casado… Bueno, no en realidad, tal vez me iba a rendir ante tu torpeza antes de tiempo. — Porque para cuando ya se habían dado el primer beso, en ese momento se confundió.

Siguió comiendo, sin saber en realidad que Lucifenia estaba más cerca de ella de lo que imaginaba.

Lucifenia se mantuvo en silencio todo el tiempo. Todo había quedado destruido… se preguntó qué diablos había pasado, aunque no era nada tonta y se lo podía imaginar con exactitud.

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— ¡MIERDA! — Exclamó Morgana de repente, parándose de un salto. ¿Y ahora? ¿Qué se supone que tendría que hacer? — ¡Hijo de puta! ¡Enfréntate a mí! ¡Con alguien de tu tamaño!— Exclamó con una rabia enorme. Pateó las cubetas con cristales, desparramándolas por todos lados — ¡Muéstrate! — Agarró aquel martillo y comenzó a golpear el sarcófago como una demente. Incluso el martillo en ese momento comenzaba a pesarle — ¡Carajo! ¡Carajo! — Exclamó de nuevo.

-Torpeza?, querrás decir encantos...-

Estaba a punto de decir otra cosa cuando vio a Marcus pararse bajo el marco de las grandes puertas del comedor.

Marcus que venia tomando la mano de Lucifenia se paro a poca distancia, dejando que ella se acercara primero, no dijo nada, solo se quedo detrás y dejo que el momento se diera.

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El sarcófago se dio un vuelco, luego empezó a salir humo de adentro, uno a uno los cerrojos se abrieron hasta que la caja quedo abierta cor completo.

El hombre robusto y viejo que había entrado ya no estaba, en su lugar un hombre mas joven y de apariencia atlética salio en su lugar, en su mano arrastraba la espada de Archimonde, esta se veía desgastada, el acero negro como ébano de su hoja se había cristalizado y resquebrajado, cayéndose en pedazos cuando la arrastraba fuera del sarcófago.

El hombre no soltó ni una sola palabra, sola una mirada inexpresiva hacia la sucubo.